domingo, 21 de noviembre de 2010

Las lecciones de Ecuador


Los latinoamericanos ya tenemos la respuesta. Cuando alguien nos pregunte por qué queremos ser una misma patria, por qué queremos integrarnos en una misma federación de naciones, y que una al gaúcho riograndense con el cholo peruano, al porteñito pseudoeuropeo con el moreno caraqueño, o al negro bahiense con el altivo araucano, ya sabemos qué contestar. El intento de golpe contra el gobierno constitucional, popular y democrático de Rafael Correa volvió a confirmarlo. Desde el fin de los tiempos, la historia nos ha unido. A los americano, hijos ahora del mestizaje, nos conmocionó la llegada del español, nos dominó su lengua, su fe, sus cosmogonías. También fuimos emancipándonos en cadena –Quito, Chuquisaca, Bueno Aires, México, Chile Paraguay, el sueño de la Gran Colombia– entre 1809 y 1826. Luchamos frente a los conservadores con lo movimientos democratizadores en el siglo XIX: Benito Juárez en México, lo liberales colombianos, los caudillos federales argentinos. Sufrimos de distintas maneras el positivismo europeizante y luego las dictaduras fraudulentas llevadas adelante por malhechores como Fulgencio Batista, en Cuba; Anastasio Somoza, en Nicaragua; y la década infame y el brutal golpe de Estado del año ’55, en la Argentina. También intentamos “volver a descolonizarnos” juntos –cada cual con sus tradiciones y sus propias temperaturas– con Emiliano Zapata, Lázaro Cárdenas, Jacobo Arbenz, Fidel Castro, Getulio Vargas, João Goulart, Augusto Sandino, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Jorge Eliécer Gaitán. Nos horrorizamos con las represiones de las dictaduras militares de los años setenta y fuimos pauperizados por los modelos neoliberales de los noventa. El siglo XXI nos encontró con ganas de unirnos y de no ser dominados: Hugo Chávez, el socialismo chileno, Lula da Silva, Evo Morales, el kirchnerismo, Correa son distintas expresiones con tantas semejanzas y diferencias como las experiencias anteriores. Los latinoamericanos ya lo sabemos: nos unen sufrimientos y alegría comunes.
Por eso es que el fallido golpe de Estado en Ecuador prende un foco de alerta: la intentona en Venezuela, el golpe de Honduras son el revival de una historia que sumió al continente en las penurias intransitables. No es un hecho aislado. Hay una matriz de desestabilización común: los poderes fácticos –grupo económicos, pulpos mediáticos, el sistema financiero, las fuerzas de seguridad– elaboraron una estrategia para “esmerilar, desgastar, erosionar” la legitimidad y la gobernabilidad de las distintas experiencias populares: cortes brutales de ruta, sabotajes económicos, lockouts patronales, espirales inflacionarias, crisis parlamentarias, amotinamientos de las fuerzas de seguridad, fraudulentas campañas de prensa por parte de los medios monopólicos son algunos de los métodos que utilizan para lograr sus objetivos.
Si hay una lección que nos deja el incidente ecuatoriano es, justamente, que no fue el primero ni va a ser el último. Por eso, es fundamental afianzar las estructuras políticas democráticas para impedir que los concentradores de poder y los acumuladores de riqueza puedan marcarle el paso al poder político, único sector elegido voluntariamente por el pueblo. Porque a un presidente lo votan millones de personas; ni al dueño de O Globo, o al líder de la Sociedad Rural, o a un comisario general los eligen los ciudadanos. Porque esa es, una vez más, la pelea de nuestro tiempo: la política y los políticos democráticos (con todas idas y vueltas, sus flaquezas, sus corrupciones) contra los gerentes de los grupos monopólicos.
Es como dijo el presidente peruano Alan García antes de ingresar en la cumbre de la Unasur: “Si pasan los gorilas de Ecuador, se viene el gorilaje en el continente.” Y no hubo dobleces en sus palabras, y lo dijo un mandatario que no es, justamente, un representante de la “izquierda populista”. Igual conducta tuvieron su par chileno Sebastián Piñera y el colombiano Juan Manuel Santos, en un signo de que en la Unasur la variable que cuenta no es la vieja antinomia “izquierda-derecha” sino “democracia-dictadura”.
Una variable interesante para analizar es la “Internacional Mediática”, si se me permite la ironía. Como se sabe, los bancos han invertido fuerte en los medios de comunicación durante los años del neoliberalismo y han logrado formatear –no se trata de una teoría conspirativa sino de los modos en que se produce la información– el discurso mediático que inunda el mercado de determinados relatos hegemónico, enfundados en la libertad de prensa (empresa, en realidad). O Globo, el Grupo Clarín, Globovisión son réplicas de un modelo que bombardea todo el tiempo a la ciudadanía con una visión uniforme y sin matices –ya sea a favor o en contra– pero que limitan la posibilidad de razonar a su propia clientela. La negatividad constante y perpetua contra los gobiernos de corte nacional y popular predisponen el humor de gran parte de la sociedad que se malquista con el gobierno, sin saber mucho por qué debería enojarse tanto. Como ocurrió con los policía ecuatorianos, que ni siquiera conocían la ley aprobada por la Asamblea, pero que habían sido “meloneados” por los medios de comunicación y fueron usados por Lino Gutíerrez, entre otros, para hacerse de un manotazo con el gobierno.
Y como ocurrió aquí en Buenos Aires, donde TN informaba como un “malestar policial” lo que se supo desde un primer momento que se trató de un intento de golpe militar o, al menos, un amotinamiento sedicioso. La crisis ecuatoriana demostró, además, la urgente necesidad de aplicar la Ley de Medios. Los televidentes fuimos tomados de rehenes por lo principales canales informativos que repetían un mismo discurso sobre lo ocurrido y, por culpa de la caprichosa grilla de Cablevisión, pocos pudieron informarse de lo que ocurría realmente por Telesur o pensar con los análisis de los periodistas de CN23.
Pero más allá del chiquitaje periodístico, lo cierto es que Latinoamérica está en una nueva encrucijada. La Unasur aprendió del caso Honduras y actuó con celeridad y firmeza. En un par de horas, la mayoría de los presidentes se reunió en Buenos Aires, y no sólo le quitó protagonismo y primereó a la dubitativa Organización de Estados Americanos –un organismo creado a gusto de los Estados Unidos durante la Guerra Fría– si no que tampoco le dejó espacio a la diplomacia norteamericana para “hacer la plancha” a la espera de ver quiénes ganaban.
En los últimos meses, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, hablaron una y otra vez de la necesidad de “profundizar el modelo nacional y popular” en la Argentina. El caso Correa vuelve a poner en relevancia la necesidad de construir una estructura política sólida que defienda la democracia y las instituciones, si se produce un ataque como el de Honduras o Ecuador. El desafío, además de profundizar, es extender y solidificar el modelo. La tercera etapa del proceso del kirchnerismo debe ser, sin duda, afianzar y profundizar los lazos de esta América mestiza que busca y quiere, de una vez por todas, reencontrarse con su propia historia.
Tiempo Argentino - 3 de octubre.

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