domingo, 21 de noviembre de 2010

La herencia de Néstor Kirchner es un llamado a profundizar el modelo


En la mayoría de las muertes políticas o privadas el momento más significativo, aquel que marca el no retorno, el que hace patente la ausencia, es cuando el féretro es depositado en el fondo del pozo y las paladas de tierra comienzan a sepultarlo. En ese momento los familiares y amigos toman conciencia verdadera de que nunca más van a ver a ese ser querido. Con los restos de Néstor Kirchner ocurrió algo diferente: millones de argentinos tomaron conciencia de que su adiós era para siempre en el momento que ese avión blanco despegó rumbo a ese cielo plomizo que el viernes cubría Buenos Aires. Esas fueron las últimas imágenes, el último adiós, la despedida, también de los miles de personas que llegaron hasta el Aeroparque Jorge Newbery para despedir el cuerpo de su líder, que se dirigía al cielo, en la aeronave, claro.
El día después al duelo siempre suele ser el más duro. La ausencia es real, y al mismo tiempo hay que empezar a prever que la vida sigue. Y que la política –en su forma más descarnada, ya como lucha, enfrentamiento, se irá agudizando con el paso de los días– no va a dar tregua. Durante estos días el factor común fue la emoción, la pasión, el incordio, la alegría, ya se trate de kirchneristas o no kirchneristas. Ahora es tiempo de reflexionar sobre lo que ha pasado y sobre lo que podrá ocurrir en los próximos tiempos.
¿Qué ocurrió? Murió el conductor del proceso kirchnerista, el hombre que lo inició y el encargado de establecer alianzas y enemistades. El estratega, el hombre que manejaba las riendas de la economía en el gobierno, y al mismo tiempo podía manejar con puño blindado el armado político hacia el interior del peronismo, incluyendo al movimiento obrero organizado. En términos estrictamente políticos la pérdida del conductor obliga a redefinir, no el estado de cosas, si no quién ocupará ese rol.
A esa muerte se sumó un fenómeno social que no estaba previsto en la agenda política de nadie: la respuesta de la militancia política y de miles de personas no encuadradas que se sintieron interpeladas por la muerte del ex presidente. Que se reconocieron en esa muerte, que se sintieron parte de ese proceso sin saberlo, pero que no participaban del proceso kirchnerista. Las preguntas que hay que responder ahora son ¿qué significa esa legitimidad? ¿Es un apoyo preexistente que se fortaleció? ¿O existe una nueva legitimidad? Es decir, ¿amplió el kirchnerismo su base social y política o sólo enfervorizó a los convencidos? ¿Logró acercarse a nuevos sectores de la sociedad que permanecían indiferentes o sólo maduró lo cosechado en estos años?
De cómo se responda esta cuestión dependerá también en buena manera el futuro de ese nuevo fenómeno que se llama kirchnerismo y que excede, atraviesa y al mismo tiempo contiene al peronismo. Porque si el gobierno logra extender su brecha de popularidad –en términos cuantitativos pero cualitativos, es decir, profundidad de apoyo y militancia– es posible que pueda llegar a las elecciones del año próximo con la fortaleza suficiente como para continuar con el proceso de profundización del modelo de crecimiento productivo –apoyado en la renta extraordinaria de la soja– con inclusión social.
Porque, además, si el “estilo” de la presidenta logra convocar a nuevos sectores progresistas, de clase media, o hasta ahora despolitizados y, por lo tanto, mover la aguja de su imagen positiva o la intención de voto a su favor, se convertirá en la clave para disciplinar hacia el interior del peronismo en el que, como se sabe, sus hombres fuertes apuestan siempre a ganador. Y, sobre todo, apuestan a quienes puedan aportarle votos en sus disputas territoriales más pequeñas.
Ya las primeras encuestas hablan de un fortalecimiento del espacio que se conoce como kirchnerismo pero, también es cierto, hay que ver cómo se consolidan las tendencias. Según la encuestadora Ibarómetro (ver aparte), ante la noticia del fallecimiento de Kirchner, un 67,8% de los consultados dice que sintió tristeza, a un 12,9% le fue indiferente y un 5,2% se alegró. Además, las cifras aseguran que el 74,6% de los entrevistados hace una evaluación positiva de la presidencia de Néstor Kirchner y sólo un 15,8% hace una evaluación negativa de su presidencia.
Este impacto en la opinión de la gente también se traslada a la imagen de Cristina Fernández, ya que un 62% piensa que ella puede liderar el proyecto de país iniciado por Néstor Kirchner y recoge una imagen positiva de 68,5%, es decir, subió 20 puntos. El dato significativo de la encuesta es que si las elecciones fueran hoy, la presidenta ganaría en primera vuelta sin adversarios cercanos. Según la encuesta, el 44,5% la votaría a ella como futura presidenta, seguida por Julio Cobos (11,8%), Mauricio Macri (10,1%), Eduardo Duhalde (8,1%) y Pino Solanas (3,8%).
Pero pese al impacto en las encuestas –tendencias que deberán ser solidificadas con hechos políticos actos en los próximos días– hay una pregunta de orden interno que hay que contestar: ¿Quién remplaza a Néstor Kirchner? Nadie, claro. Con Cristina Fernández integraban un equipo muy difícil de sustituir: él significaba el armado político más pragmático, ella significa las convicciones y la buena imagen presidencial frente a gran parte de la sociedad argentina. Él tenía un carisma más arrabalero, ella tiene un carisma basado en la elocuencia de sus palabras. ¿Cómo se remplaza el armado de la estrategia política? Los encargados de esa tarea serán “El Chino” Carlos Zanini, Julio De Vido y Aníbal Fernández que integrarán la primera línea de operadores políticos hacia adentro del peronismo. Y después, todavía es muy temprano, habrá que analizar quiénes operan en otros ámbitos sociales.
Daniel Scioli, que hasta hace unos días coqueteaba con la ambigüedad para subir su precio hacia el interior del kirchnerismo, ya hizo pública su lealtad política hacia la presidenta Cristina. Si no entra en un proceso de “cobización” tendrá un rol fundamental en la relación con los demás gobernadores, por la sencilla razón de que es uno de ellos y que, además, cuenta con capital político propio y, al mismo tiempo, se asegura el centro de la escena para 2015. A favor de Scioli hay que decir que ha demostrado siempre ser un leal acompañante de sus dirigentes políticos, virtud que no abunda en las arenas políticas. Y también hay que agregar que una cosa es Scioli con el apoyo de ese nuevo espacio social que se hizo presente en la Plaza, y otra muy distinta es Scioli con ese espacio en contra.
Otro que tendrá una gran responsabilidad en el sostén del actual proceso político es Hugo Moyano. Si Scioli tiene la posibilidad de contener a los intendentes bonaerenses por su condición de gobernador, la presencia del líder de la CGT en el peronismo distrital genera cierto recelo por la razón de que “a Moyano no lo votó nadie y es inmanejable”. Si hasta ahora estaba Kirchner para controlarlo, los intendentes temen ahora que se vuelva inmanejable. Pero más allá de las rencillas provinciales, Moyano puede llegar a cumplir un papel importantísimo en los próximos meses. Primero, puede aportar al mantenimiento de la paz social con un apoyo irrestricto al gobierno. Segundo, está en condiciones de realizar un pacto social con un importante segmento del del sector empresarial argentino –anudar un acuerdo con la UIA y dejar sola a la AEA (liderada por Magnetto), que ahora intentará ir por todo. Tercero, podrá manejar el conflicto social en las calles de Buenos Aires con la gran capacidad de movilización que cuenta la CGT. Podría Moyano actuar en una dirección distinta, pero hay dos cosas que se lo impiden: el indeclinable apoyo público que realizó después de la muerte de Kirchner, y la certeza de que el movimiento obrero organizado no tiene otro espacio real que el de compartir el actual modelo de inclusión y participación social. No pareciera tener cabida la actual CGT en un futuro gobierno de Ricardo Alfonsín, Julio César Cobos, Mauricio Macri o Eduardo Duhalde, por ejemplo, quien ya eligió a Luis Barrionuevo como su líder sindical.
El que no tiene ningún problema en profundizar su proceso de “cobización” es justamente el propio Cobos. Aferrado a su sillón vicepresidencial como garrapata a perro de campo, debe haber tomado nota de esas cientos de miles de personas que le pedían la renuncia. Y también debe haber tomado nota de que ahora su rol de conspirador y golpista tiene mayor peso. Cuando en el 2001, Carlos “Chacho” Álvarez renunció a su cargo para allanarle el camino al estrellato a Fernando De la Rúa, demostró que no tenía verdaderas intenciones de desestabilizar al gobierno de la Alianza. La irresponsabilidad, la especulación mezquina y desagradable del mendocino demuestran que sólo está allí para aprovechar la posibilidad de obtener la presidencia a través de la desestabilización y el complot permanente.
La actitud de Cobos, claro, también pone al radicalismo frente a la imagen que devuelve el espejo: la UCR deberá definir en las próximas semanas si intentará volver al gobierno a través de las elecciones –como pretende Ricardo Alfonsín, quizás el dirigente radical que mejor entiende el proceso político actual– o a través del zarpazo pérfido que planea el actual vicepresidente. Dentro del panradicalismo, Elisa Carrió deberá explicar qué tipo de relación tiene con su Dios, ya que después de tanto orar y orar para que Cristina enviudara, sus conjuros surtieron efecto. En diciembre de 2008 declaró que “sería divino” si Cristina enviudara. Por suerte, no estamos en la Edad Media, porque muchos podrían querer mandarla a la hoguera acusándola de bruja. Truman Capote dijo alguna vez “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Carrió debería aprender de una vez por todas que ciertos silencios son más valiosos que las palabras irresponsables.
Otro factor a tener en cuenta es la oposición de facto al gobierno nacional. Es decir, el los medios de comunicación hegemónicos como Clarín y La Nación, la AEA, la Sociedad Rural, cierto sector de la UIA y los delegados locales de los organismos multilaterales de crédito. Más brutal que el empujón que pueda asestar la oposición política o parlamentaria –apenas quedan tres sesiones más en el Congreso antes del receso– la presidenta deberá aguantar el empellón del empresariado argentino que creerá que muerto el perro se acabó la rabia. El problema es que quienes conocen a Cristina Fernández saben que ella es tanto o más rabiosa que lo que fue su marido. Y que quien se apoyaba más en las convicciones políticas más que en el pragmatismo era justamente ella. En este esquema, además, es que podrá jugar un rol fundamental el movimiento obrero organizado y la militancia juvenil, poniéndole coto a las intenciones de aquellos que quieren volver a un modelo de acumulación de la riqueza y de concentración económica y política.
Por último, el nuevo elemento que emergió en los últimos días es el de la juventud. La mayoría de los que fueron a la Plaza de Mayo no superaban los 30 años. Son un capital político invaluable no sólo hoy, sino para más adelante. Es por eso que el kirchnerismo tiene la obligación moral de dotarlos de las herramientas organizativas necesarias para que se conviertan en un fuerte actor en los próximos años para que ayuden a inclinar la balanza a favor del modelo productivo y de inclusión social que se instauró en 2002 y se profundizó de 2003 en adelante.
Hasta aquí los factores endógenos que pueden influir en la construcción de poder que puede liderar la presidenta de la Nación. Hasta aquí los apoyos con los que puede contar, los obstáculos que deberá enfrentar y los enemigos brutales a los que deberá hacerle frente. Pero lo más importante de todo, aquello que definirá la política argentina de los próximos años, no está en el afuera. El futuro depende, en parte, de una sola cuestión: de la voluntad política de Cristina Fernández de Kirchner. Será ella, en su estrictísima soledad, la que deberá tomar esa decisión. El legado y el recuerdo de su marido, los miles de militantes en la Plaza, los millones de incluidos, el desendeudamiento externo, los 50 mil millones de reserva en el Banco Central –botín por el cual se relamen los neoliberales y los organismos internacionales de crédito– el fervor político de buena parte de la sociedad, el camino hacia la Unasur, el tenor que entonaba el Ave María, los millones de pibes que reciben la Asignación Universal, la abuela pobre que lloraba desconsolada ante el cajón, los gays que ahora tienen derechos para defender, los trabajadores que ahora se defienden en las paritarias, los millones de argentinos que viajan a sus trabajos subsidiados pueden influir y hasta obligar a tomar esa responsabilidad histórica de conducir ella sola todo el proceso. Pero es ella en su intimidad la que deberá decidirlo. Se vienen meses difíciles. Ya nada será lo que fue. La política se volverá una práctica dura. Y seguramente habrá más de un golpe. Se avecinan tiempos de pelea. Y habrá que pelearla.
Tiempo Argentino - 31 de octubre de 2010.

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