domingo, 21 de noviembre de 2010

La humanización de la política

La muerte del ex presidente Néstor Kirchner ha trastocado no sólo el mapa político nacional sino que, además, ha transformado la forma en que la sociedad se ha vinculado históricamente con su clase política. Desde el 27 de octubre pasado una nueva variable se ha interpuesto en la relación siempre conflictiva entre “los políticos” y “la gente”. Y no se trata simplemente de una cuestión meramente especulativa, de un juego de rompecabezas partidario o de un cambio de piezas de ajedrez. Por primera vez en mucho tiempo, la política ha sido atravesada por la dimensión humana, se ha vuelto familiar, cotidiana, identificable, se ha humanizado. Como pocas veces a un político le ha pasado lo que le sucede a la mayoría de los criollos: ha encontrado la muerte. Y allí donde debería haber una presidenta hay una mujer que se duele. Cristina Fernández es hoy antes que nada, a los ojos del pueblo, una mujer que sufre. La humanización de la política tiene fuertes consecuencias. La primera es un cambio en la legitimidad del poder de la presidenta. Los Kirchner no habían apostado al carácter carismático de su liderazgo sino a una conducción que amalgamaba incentivos de tipo ideológicos hacia adentro de su grupo y hacia la sociedad y, al mismo tiempo, materiales y simbólicos puertas adentro. Un hombre común era kirchnerista porque compartía la aplicación de un conjunto de políticas públicas –en algunos casos eran también beneficiados por ellas mismas–; y los cuadros y dirigentes de segunda línea adherían, además, por los recursos y los cargos que recibían. Nada que no ocurra en otras experiencias políticas en la Argentina de los últimos 27 años. Pero lo novedoso del actual momento es que, ahora, hay una identificación personal, carismática si se quiere, entre el liderazgo político y sus seguidores. La presidenta, para muchos, trasciende la “politicidad” de su figura para convertirse en algo más y algo menos en forma simultánea: es un ser humano que ejerce la primera magistratura. Los cambios de calidad, las consecuencias negativas o positivas, no pueden establecerse ahora, las incidencias electorales o en el esquema de poder dentro del justicialismo todavía no pueden ser conmensuradas y quedan sólo para el terreno de la especulación. Sólo conviene anotar que allí hay un capital político cuantitativo y cualitativo que, paradójicamente, si no es usado y abusado como recurso, puede ser definitorio para el futuro inmediato. La principal característica de la inclusión de la dimensión humana en la política es que cambia el tipo de adscripción. Hoy está más presente que nunca la dimensión afectiva en la relación líder-liderado. Esto no significa que en otros momentos ese vínculo sea puramente racional, cosa que es absolutamente incierta, si no que en este momento –y nadie puede saber por cuanto tiempo– prevalece el cariño, la identificación personal, lo irreflexivo como fundamento del pensamiento mágico –esto dicho en forma no peyorativa–. La dimensión humana se traslada, claro, a la figura de Néstor Kirchner. Hoy es muy difícil analizar con equilibro la figura, el accionar y el legado político del ex presidente. Cierto proceso –casi natural, diría– de mitificación impide sopesar sus virtudes y sus defectos. Y es preciso decirlo, quizá ni el mismo Kirchner lo necesitara. En realidad, ningún proceso de mitificación es necesario en política. Es más, juega en contra. Porque si hay una virtud que tenía el ex presidente era, justamente, su informalidad, su falta de sobriedad, su “locura” política. El bronce, lamento si alguien se ofende, no le sienta bien a un hombre que reía constantemente y que vivía jugando al truco con la sociedad y con los poderosos. Con ese capital político, la presidenta está hoy en una encrucijada. ¿Profundizar el modelo nacional y popular como exigen la juventud y los sectores recostados en la izquierda del kirchnerismo o “amesetar” los cambios para ampliar la base de consenso hacia otros sectores que hoy están dispuestos a acercarse tras el impacto de la muerte de Kirchner? Hay allí dos tentaciones que no son fáciles de rechazar: el liderazgo épico, por un lado, y el cálculo estrictamente especulativo, por el otro. En algún punto es el célebre debate entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad. O en términos más pedestres es ir hacia la transversalidad con gestos marcadamente progresistas –también en términos estéticos– o frenar la pelota y recostarse en los sectores más clásicos del peronismo que podrían garantizar –siempre que la presidente mantenga los niveles de adhesión que tiene hoy– la continuidad más allá del 2011. Lo que creo que haría un peronista genético es abrazar la tercera posición. El estilo, las maneras, las formas de Cristina Fernández son mucho más amenas para ciertos sectores de la clase media que los de Néstor Kirchner. Ese estilo –sumado a sus fuertes convicciones- puede permitir a la presidenta aunar voluntades mientras maneja los tiempos de la profundización del modelo planteada por el ex presidente. Unificar el PJ, mantener lo conquistado y profundizar con paso seguro cuando estén dadas las “condiciones materiales y espirituales”. Esta semana indicó ciertos acercamientos –José Manuel De la Sota, por ejemplo– ciertas permanencias –Daniel Scioli– y ciertos alejamientos mezquinos –como el del salteño Juan Manuel Urtubey, un neoromerista que ya se ha sentado con macristas como Diego Santilli, el ex jefe de Gabinete ucedeísta Sergio Massa y el veleidoso platense Pablo Bruera–. Pero, además, han quedado algunas dudas respecto de algunos supuestos desencuentros entre el líder de la CGT Hugo Moyano y el entorno de la presidenta. Más allá de las cuestiones personales, la CGT, sin importar quien la dirija y del excesivo poder político del líder de los camioneros es, hoy por hoy, una herramienta fundamental para el sostén social –por su nivel de movilización popular– del actual modelo. Pero también es un sector que deberá hacer una profunda revisión sobre sus propias metodologías e iniciar un proceso de democratización real. Y es mejor que lo haga ahora y no bajo la presión de una norma similar al proyecto alfonsinista de la Ley Mucci, por ejemplo. Un nuevo desafío que tiene el kirchnerismo es capitalizar de manera correcta el fervor y las ansias de participar que la juventud demostró en la Plaza de Mayo en los próximos días. Una herramienta válida para la juventud debería respetar las diferencias y la pluralidad de identidades y diferencias aunadas, quizás, en una gran orgánica de enlace de juventudes en que no pueden faltar La Cámpora, la juventud de Descamisados, la Sindical y las experiencias más cercanas a la izquierda. Si se logra una buena estructuración juvenil con formación de cuadros y militantes, la política argentina está justificada por los próximos cuarenta años. La humanización de la política abrió puertas inesperadas. Ciudadanos comunes se han sentido convocados por el llamado de la militancia y eso es algo que pocas veces sucede en la historia argentina. La últimas vez que ocurrió fue en la “primavera democrática” y todo concluyó con el “felices pascuas” de Semana Santa del ’87. Hoy se vive un proceso similar, pero diferente, marcado por el retorno de la confianza política en el liderazgo de la presidenta, ya no como promesa sino sobre la base de los hechos consolidados. Cristina Fernández no se encuentra en el momento más difícil de su carrera. Todo lo contrario. Tiene la posibilidad de convertirse en la mujer política más importante de la historia argentina. Sólo depende de sus convicciones.
Tiempo Argentino - 6 de noviembre.

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