domingo, 21 de noviembre de 2010
El tesoro kirchnerista
Marina Lafuente militaba en el viejo MAS en los ochenta. Era bonita, simpática, divertida, algo así como la chica troska popular del Colegio Mariano Moreno al que yo iba. Yo venía del barrio, de una Unidad Básica ortodoxa llamada Tercera Posición. Vivíamos peleándonos, chicaneándonos, seduciéndonos, amigándonos. Ella me acusaba de “facho peronista” y yo a ella de “trosko-marciana”. Los dos teníamos un poco de razón, claro. Anoche caminaba entre la multitud en la Plaza de Mayo y siento que alguien me grita con voz finita: “¡Mirá dónde nos venimos a encontrar!” Me doy vuelta y la veo a ella con los ojos llorosos y un carrito con un par de pibes. Nos abrazamos. Interminablemente. Como si no hubieran pasado 22 años de la última vez que nos habíamos visto. Cuando pude reaccionar, la miré y le dije: “¿Qué hacés vos acá, troska?” Ella me miró, sonrió entre lágrimas y me contestó: “¿Qué hacés VOS acá, facho?”. Alrededor nuestro, el piberío lloraba, saltaba, se emocionaba, puteaba al traidor de Cobos, lloraba, se reía, se abrazaba, se reconocía, se identificaba, lloraba, se reía. Alrededor nuestro hombres y mujeres de 50, 60, 70 años perdían sus ojos en ese horizonte de cabezas y lloraban emocionados. “Nunca creía que iba a volver a vivir tanta emoción política”, se escuchaba. “Esto es como con Perón, esto es como con Perón”, repetía otro. Nosotros nos reímos, y dijimos casi al unísono: “Y… viste cómo es la vida ¿no?”
Y la vida no era otra cosa que el kirchnerismo. Porque ese magma vibrante ahí en la plaza era algo nuevo. Algo capaz de juntarnos a Marina, a mí, al hombre que había sido torturado en un calabozo de La Plata, a mi viejo que había ido por última vez a una marcha en la Plaza de Mayo el fatídico domingo de Felices Pascuas, esa jornada que le arrebató las ganas de participar en política a muchas personas que habían creído en Raúl Alfonsín, a la purretada bulliciosa que por primera vez tenía “un único héroe en este lío”, a esa profesora de yoga que no creía en nada y hoy no para de llorar “porque se ha vuelto mágico el mundo”, o a ese negro en silla de ruedas que se toma la cara y llora. Estaban todos en la Plaza: los negros, los feos, los desdentados, los gordos, los universitarios, los laburantes, las pibas coquetas, los militantes, los dirigentes, los cocacoleros, los muchachos de la Juventud Sindical, del Nuevo Encuentro, del socialismo, de los movimientos cristianos. Estaban todos en comunión despidiendo a Néstor Kirchner.
Un fenómeno extraño se respiraba en el aire ayer y anteayer. Era gente que iba a despedir a su líder político. A un hombre que, por primera vez en muchos años, no los había defraudado. A un político que había asumido la representación de las mayorías y se había peleado con coraje contra algunos de los grupos de poder concentrado más fuertes de la Argentina: la Iglesia, el campo, los medios hegemónicos. Estaban despidiendo a su líder, lo hacían “consternados, rabiosos”, llorando, puteando, sintiéndose desamparados, preguntándose por qué, confirmando que venían a bancarle la parada a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Un nuevo fantasma recorre la patria. Es el fantasma del kirchnerismo. Es un nuevo fenómeno político que incluye la mejor tradición del movimiento nacional. Porque “pese a la insistencia de los profetas del odio en estos últimos años, muchísimos jóvenes pudieron volver a creer que el peronismo no es resentimiento ni impotencia, sino que es memoria, es convicción, es audacia, es amor, es risa, es canto, es amistad y es esperanza”, como dijo alguien ayer en la Plaza. Pero al mismo tiempo le agregó nuevos temas, nuevas preocupaciones, como el derecho de las minorías, la defensa de algunos derechos civiles rezagados, el juicio y castigo a los responsables por las violaciones a los Derechos Humanos durante la última dictadura militar y reconcilió a cierto sector del progresismo de clase media con las experiencias más clásicas del peronismo. Esa mélange, esa mixtura, esa nueva alianza de sectores, esa remake del peronismo más enamorable es el kirchnerismo. Por eso las ganas de abrazarse en la plaza, de encontrarse, de identificarse. Por eso esas banderas en el corazón, por ese par de promesas, esos tics de la revolución, ese par de sienes ardientes que fueron, son y serán todo el tesoro. Y es por ese tesoro que nos abrazamos y lloramos, y puteamos, y seguimos viviendo y peleando.
Tiempo Argentino - 29 de octubre de 2010.
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