lunes, 26 de julio de 2010

Macri, Borges y la caja de Pandora

Lo primero que hizo Mauricio Macri respecto del escándalo por las escuchas telefónicas ilegales fue desdeñar al Minotauro político que significaba su procesamiento judicial. Autocolocado en una situación de inexpugnable, su seguridad le impidió tomar algunos recaudos previos que derivaron en que se le escapó la tortuga atada que creía tener en la Cámara Federal de Apelaciones. Luego, como se sabe, quedó encerrado en un laberinto borgeano: “No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se bifurca en otro,/ tendrá fin. Es de hierro tu destino/ como tu juez”. Entonces, comenzó a berrear cuando ya era tarde, intentando buscar una salida. Y finalmente creyó hallarla en aquella irónica respuesta con que Leopoldo Marechal se burlaba del escritor ciego: “De los laberintos se sale por arriba.” El hijo de Franco, envalentonado, pidió su propio juicio político. Poroteó sus fuerzas en la Legislatura y se convenció de que, nuevamente, era invulnerable. Lo que no se sabe, o quizás supo y decidió apostar igual, es que con esa jugada puede estar abriendo la caja de Pandora, aquella que contiene todos los males de la tierra.
En una conversación muy interesante con el politólogo Mario Riorda, especialista en procesos de crisis políticas y estrategias comunicacionales, él explicaba que en un primer momento, el macrismo no había apreciado la dimensión de “escándalo” que tenía el caso de las escuchas y que la prueba estaba en las declaraciones, adrede claro, que el estratega mediático Jaime Durán Barba había hecho el domingo pasado en Clarín: “A la gente, las escuchas no le importan un carajo.” Pero, luego, en un segundo momento, tomaron conciencia de la dimensión del problema. Primero, cuando todo el staff del macrismo salió a dar la cara en la conferencia de prensa en ausencia de su jefe político, y luego, cuando el propio conductor tuvo que tomar cartas en el asunto porque corría peligro su “escala de valores” –lo que diferencia una crisis política de un simple tropezón–. Es decir, el escándalo de las escuchas subvertía el orden de los intereses del propio Macri, que veía anegada su carrera hacia la presidencia y lo obligaba a reformular sus preferencias.
Alertado de esa situación, Macri respondió con la obvia estrategia de la autovictimización que le venía dando cierto rédito mediático. El problema es que esa estrategia puede funcionar sí y sólo sí: 1) Es demasiado evidente la maniobra del contrincante –en este caso del “fantasmal” kirchnerismo, que, por otra parte, en ningún momento jugó fuerte en los medios–, 2) si la sociedad no vislumbra como responsable a quien se autovictimiza –los últimos sondeos demuestran que el 60% de los porteños cree que Macri estuvo involucrado en la escuchas ilegales– y 3) si los protagonistas no hacen sobreactuaciones exageradas como rasgarse las vestiduras en público –como hizo Horacio Rodríguez Larreta mirando fijo a la cámara con los ojos inyectados en sangre y diciendo como Fabián Gianola en TVR “No te tenemos miedo, Kirchner. No te tenemos miedo”–.
La estrategia de autovictimización se hizo añicos a mitad de la semana, cuando Elisa Carrió –a quien nadie puede acusar de kirchnerista sin quedar en el lugar de la gastada– le soltó la mano a Macri y defendió la confirmación de la Cámara, y el socialismo y Fernando Pino Solanas y los suyos decidieron apuntar sus cañones contra el jefe de gobierno de la ciudad. El otrora hombre del bigote podrá insistir en su rol de víctima cósmica, pero a riesgo de parecerse al gallego del viejo chiste que, a contramano por Libertador, escuchaba por la radio a un locutor que decía que “un loco iba en contramano por la avenida” y él pensaba “más que un loco son miles”.
Un dato a tener en cuenta, también, es que “el abuso de poder” por parte de un gobierno es uno de los factores que más espanta a los aliados políticos, económicos y mediáticos. “Porque uno se convierte en aquello que defiende”, explica Riorda, ex decano de Ciencia Política de la Universidad Católica de Córdoba. Quizás aquí se encuentre la clave para entender dos hechos mediáticos: que Clarín haya decidido dejar el trato entre almohadones que le daba desde la asunción a Macri, y que Nelson Castro, a quien nadie puede acusar de kirchnerista, haya exigido en su programa de TN que el jefe de gobierno debe hacerse a un lado y tomarse una licencia mientras se realice el juicio.
¿Pero por qué Macri está dispuesto a abrir la caja de Pandora del juicio político después de rechazarlo durante semanas? Sencillo, cree que, con una mayoría propia holgada, puede acotar el escándalo en el tiempo: sueña con poder dormir tranquilo en febrero o marzo con una sentencia favorable en la Legislatura donde es primera minoría. Pero, claro, en una campaña electoral, “zafar” por peso político no es lo mismo que ser inocente, para la sociedad. Y, además, hay que tener en cuenta un par de datos: Aníbal Ibarra también tenía a priori un número favorable en la Cámara y terminó destituido, y su juicio no duró seis meses si no dos años. Con lo cual, la experiencia demuestra que muchas veces la dinámica política puede llevarse puesta todas las especulaciones previas.
Si de tiempos y de estrategias para lastimar se trata, la propuesta de formar una comisión investigadora por parte del legislador Diego Kravetz, uno de los hombres más experimentados de la Cámara, parecía más acertada que los vaivenes del resto de la oposición porteña que fueron y vinieron entre las dudas y las denuncias. La razón es sencilla: la investigación iba a durar unos meses y el dictamen, posiblemente, también recomendaría el juicio político, lo que podría haber extendido los plazos aumentando la agonía más allá de febrero y enlodando la campaña electoral de Macri. Por eso es que, después de lo ocurrido esta semana, sería bueno para sus propios intereses que las fuerzas antimacristas lograran tener un comando centralizado.
Lo cierto es que el jefe de gobierno quiere una salida rápida. Hoy, el bloque del PRO cuenta con 24 miembros de una alta heterogeneidad –lo que sugiere un bajo cariño por la disciplina partidaria–, pero 14 de ellos deben reelegir su mandato el año que viene, lo que los deja desguarnecidos y sin reparo ante los vientos políticos y la apertura del libro de pases electoral del año próximo –los peronistas como Cristian Ritondo, por ejemplo, de llamativa ausencia esta semana, y los miembros de partido Recrear María Eugenia Rodríguez Araya, Jorge Garayalde, Marta Varela y Diana Martínez Barrios podrían iniciar el descenso del barco macrista buscando un amor en otros puertos–. Además, un alargue del juicio podría debilitar a Macri en el tejido de las alianzas electorales: ¿por qué un gobernador justicialista se alistaría debajo de un candidato presidencial que no tiene su propia casa limpia? Abierta la caja de Pandora, entrarán a tallar en la Legislatura los incentivos políticos, económicos, simbólicos para conseguir votos a favor o en contra en la sala juzgadora, como ocurrió en el caso de Ibarra.
Por último, Macri agita el fantasma de Kirchner como el “hacedor” de todos sus males sin aportar pruebas. Logra, claro, aunar las simpatías de los antikirchneristas rabiosos, pero también aumenta la figura del ex presidente como un hombre que lo puede todo, una figura muy seductora en el imaginario político para muchos. ¿Pero le conviene al gobierno nacional que el jefe de gobierno porteño quede muy golpeado y fuera de carrera? Obviamente, no. Le conviene un Macri limado, desgastado, pero no fuera de la cancha. Le conviene un candidato que pueda robarles votos a las otras fuerzas nacionales y que disperse el voto en primera vuelta.
La caja de Pandora está abierta. Macri decidió ante la desesperación hacer como el soldado que fuga hacia adelante contra el fuego de las trincheras enemigas. En los próximos meses se sabrá si logró traspasar las líneas enemigas y salir del laberinto o si, como dicen en el campo, el destino fiero le dio un topetón como un chancho que le salió “dentre” los maizales.

Tiempo Argentino - 25 de julio de 2010

martes, 20 de julio de 2010

Non credo - Sobre la amistad

No creo en la amistad.
Al menos no creo en esa amistad almibarada que se renueva todos los veinte de julio y que consiste en salir a comer y a tomar algo, en felicitarse con gente a quien despreciamos y que vive clavando la mandíbula en una mueca que semeja una sonrisa y te desea “lo mejor” ya sea en Navidad, en Pascuas, en el Día del Perdón, el Día de la Raza o el 17 de agosto fecha en que se recuerda la muerte de San Martín.

No creo en la amistad como la entiende la Real Academia Española: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato

Pero tampoco creo en la otra amistad como mito, como grandilocuencia, como paroxismo de las relaciones humanas…

Sándor Márai en esa excelente novela titulada El último encuentro desentraña algunas cuestiones respecto de la amistad…
“No el placer momentáneo que sienten dos personas que se encuentran por causalidad, a la alegría que les embarga porque en un momento dado de su vida comparten las mismas ideas acerca de ciertas cuestiones, o porque comparten sus gustos y sus aficiones… A veces pienso que la amistad es la relación más intensa de la vida… y que por eso se presenta en tan pocas ocasiones… La amistad es la relación más noble que puede haber entre seres humanos… Generalmente, las relaciones basadas en la simpatía entre los seres humanos han terminado ahogándose en los cenagales de la egolatría y la vanidad… El amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. ¿Qué valor tendría la amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca recompensa? (…) Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales… Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así”.

Yo no creo en este tipo de amistad, no creo que exista, bueno, tampoco creo que existan el inconsciente, el vellocino de oro, ni el caldero celta de la abundancia… Y como Dios tampoco cree que exista yo, estamos a mano…

Perdonen si descascaro el mito argentino de la amistad, pero no creo en los amigos y no creo en mí como amigo… He defraudado a mucha gente, mucha gente se ha sentido traicionada por mí… Demasiadas personas se han escurrido de mi vida como la harina entre las manos como para seguir creyendo en la amistad… ¿Qué fue de Beto, de Luis, del Tano? ¿Dónde andarán Pajarito, que jugaba a la pelota como ninguno? ¿O el Caballo que pegaba como pocos? ¿En que misterios se quedaron Fernando, que soñaba con ser presidente? ¿o los muchachos de Derecho que decían soñar con un país más justo? ¿Qué copas alzarán y qué canciones cantarán la buena muchachada de La Prensa? ¿A dónde van los amigos olvidados?

David Trueba, el escritor español, comienza su libro Cuatro Amigos con esta frase: “Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o los penes largos. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada por pactos de sangre, lealtades eternas, e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de los amigos conservados… La amistad siempre me ha parecido un fósforo que es mejor soplar antes de que te queme los dedos”.

Yo no creo en la amistad, lo reconozco. Pero sí creo en los gestos. Creo en algunos momentos de amistad, en ráfagas, instantes, fogonazos de amistad…

Como aquella tarde en el potrero cuando Pappo, el mejor jugador de todos me dio un pase servido para que hiciera el gol del campeonato y me luciera frente a Daniela (aunque a decir verdad ella mirara para otro lado)

Como aquella noche en que Caballo fue trompeado por varios y salté a hacerle el aguante aunque me terminaran trompeando a mí también…

O aquella vez que en la Facu, Lucas me dijo: “Es tuya, flaco, si te gusta tanto es tuya. Me hago a un costado”. Con Lucas también lloramos en el bar de la Facu cuando lo dejaron afuera a Maradona en el 94 ¿eso cuenta como amistad?

O cuando Daniel peleó por mí para que me aceptaran en un trabajo al que no me querían ver ni en figuritas. Y tal vez yo no lo merecía.

Creo en algunos amigos cuando estuvieron en las buenas y en las malas, cuando se bancaron su propia envidia y cuando no sintieron oculto placer en verme derrotado por la vida.

Y, claro, también, creo en que fui amigo de mucha gente algunos instantes.

Como dice Emile Ciorán: Derrochado mi dogmatismo en juramentos falsos, ¿qué puedo hacer sino ser escéptico?

Trueba dice que un amigo es aquel en que vos confías que en tu mayor momento de borrachera, él va a ser capaz de llevarte hasta tu casa, dejarte sentado en el umbral y tocar el timbre.

Yo creo que la amistad es apenas un poquito más. Es como aquella noche que después de una curda con vino bien barato, Mariano, Beto y yo decidimos emprender la retirada. Antes nos fijamos quién estaba peor que quien. Y decidimos llevarlo a Beto, cuando llegamos a la puerta de su casa, él dijo, no che, Mariano está peor que yo…acompañémoslo a él. Cuando llegamos a lo de Mariano, Mariano dijo, no, che, el peor es Hernán, y me llevaron a mí. Pero el peor era Beto, y después Mariano, y después yo, y después Beto, y anduvimos en esa danza y contradanza esquivando baldosas hasta que nos descubrieron las primeras luces del día.

No sé por qué siempre que pienso en la amistad recuerdo aquella escena. Tal vez porque me parece una buena metáfora. Tal vez, porque la amistad no sea otra cosa que eso, sostenerse mutuamente como borrachos en esta noche oscura que es la vida.

Publicada en el diario Crítica - 20 de julio de 2009

domingo, 18 de julio de 2010

Perón, Menem, Kirchner y Harry Potter

Hernán Brienza
-Si Duhalde lo apoya, ¿usted va a ser su candidato?
−Yo no voy a ser el candidato de Duhalde, no soy el chirolita de nadie. Usted está muy fundamentalista con este tema. No voy a hacer un acuerdo con ningún aparato político... Yo quiero ser candidato con el apoyo de la gente.”
Corría diciembre de 2002 y el ex presidente Néstor Kirchner era todavía un precandidato a las elecciones de abril del año siguiente. El reportaje −uno de los pocos cara a cara que dio en los últimos diez años− lo realicé en la Casa de Santa Cruz y estuvieron en la charla su por entonces agente de prensa, Miguel Núñez, y el operador político en la Capital y durante años jefe de Gabinete Alberto Fernández. Por aquellos años, la estrella política santacruceña era, claro, la actual presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, y él era un gobernador sureño que había participado del Grupo Calafate y fundado la Corriente, una línea interna dentro del conmovido Partido Justicialista de fines de siglo pasado. No había mucho más. Apenas asomaba en las encuestas por arriba de los demás peronistas candidateables: Carlos Reutemann “había visto cosas”, José Manuel de la Sota no movía el amperímetro y Adolfo Rodríguez Saá −fugaz presidente− y Carlos Menem ya estaban anotados para las “internas abiertas” de abril de 2003. El duhaldismo no tenía candidato y todo apuntaba a que el santacruceño iba a ser su delfín.
Transcurrieron menos de ocho años de aquella entrevista titulada “Yo no soy el chirolita de Duhalde” que tanto ruido hizo. Y el paso del tiempo demostró que aquella tapa de la revista 3 puntos, no sólo reflejaba el pensamiento vivo del precandidato, sino que, excepto algunas promesas pirotécnicas de campaña, Kirchner no se contradijo demasiado a sí mismo luego de la llegada al poder: habló de “proyecto nacional, popular, progresista y racional”, de estabilidad y equilibrio fiscal, de políticas activas, de mayor presión impositiva para llevar adelante un plan neokeynesiano (inversión sin déficit fiscal), la recuperación de los instrumentos macroeconómicos y la presencia de un Estado protector para los sectores postergados.
Pero, además, en estos ocho años, se ha convertido en uno de los tres hombres fuertes que ha tenido el peronismo a lo largo de estos 65 años: su fundador, Juan Domingo Perón, Carlos Menem y él. Fueron tres liderazgos diferentes, claro, pero no menos importantes para la vida interna de ese movimiento político ¿Por qué la importancia de los nombres y de los hombres? Jorge Bolívar, en su libro Estrategia y Juego de Dominación, explica que por las características del sistema político argentino (cuyo principal actor es el Justicialismo) es necesario que las ciencias sociales vernáculas, más allá del estudio de las instituciones, analicen y desmenucen la figura del líder.
Lo que sostiene Bolívar es que, debido a la importancia que tiene la conducción y la estrategia desarrollada por ellos según los diferentes momentos históricos, resulta indispensable estudiar la formación y la ejecución de los liderazgos al interior y al exterior del peronismo. En ese sentido, el liderazgo de Kirchner difiere de los de Perón y Menem en un aspecto no poco importante para los sectores populares: el actual jefe partidario no es un cultor del carisma como principal sostén de su poder, no practica la persuasión como método de seducción pero tampoco la complicidad ni el “dejar hacer” del riojano, utiliza los factores ideológicos para amalgamar, pero sabe que sin argumentos fácticos hoy por hoy la construcción política es imposible. Centralista y disciplinador, conduce con mano férrea y confía más en los resultados y en la delimitación de la cancha que en el consenso que pueda obtener por vía del convencimiento. Pese a esto Kirchner sabe que, en primera y última instancia, es la política −en términos amalgama de administración de las decisiones, de gestión y de opción ideológica− la que prevalece sobre la maquinaria pragmática sin cabeza. En ese sentido, se emparenta más con la concepción estratégica de Perón −más allá de las diferencias de estilo y metodología− que con la de Menem. Es, además, doctrinariamente más “clásicamente peronista” –pacto social, desarrollismo productivo, no alineación internacional, apoyo táctico en el movimiento obrero organizado− que el riojano.
La semana pasada, Kirchner ha ganado una gran batalla política y, sobre todo, mediática. La sanción de la ley de matrimonio igualitario fue una pelea personal y él se encargó, personalmente, de lograr la obtención de votos positivos y de negociar las abstenciones dentro de sus propias filas. Defendió públicamente el proyecto, se enfrentó al cardenal Jorge Bergoglio −y le ganó la pulseada− y tendió un nuevo puente con los sectores medios urbanos que tan reacios le resultaban desde que abandonó la presidencia en 2007. Si bien la nueva ley no contaba con una mayoría en términos estadísticos, sí lo tenía en los sectores sensibles a los derechos individuales –un área no siempre cultivada por el peronismo− y con mucha llegada a los medios de comunicación, es decir un grupo de presión muy activo.
La principal virtud de Kirchner es el efecto sorpresa. Nadie puede negar que las grandes reformas estructurales y progresistas se produjeron durante el gobierno de Cristina –la injustamente denostada 125 (que con sus reformas hubiera favorecido durante mucho tiempo a los productores más que las retenciones fijas), la nacionalización de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios, la democratización de la televización del fútbol−, sin embargo, el ex presidente tiene la virtud, además de ser el articulador del andamiaje político, de ser el hombre con mayor iniciativa del escenario actual. Es decir, es el encargado de seguir delineando en qué cancha y cómo se juega la política argentina. En este sentido, la forma en que el kirchnerismo ha resucitado después de la derrota electoral previsible del 28 de junio del año pasado, significa un acto de coraje poco habitual en un hombre de poder: lejos de “pedir la escupidera”, como muchos aconsejaban, Kirchner se levantó, mostró su mejor cara, y salió a tirar trompadas. Y puso contra las cuerdas a más de uno, entre ellos, a dos pesos pesados como el Grupo Clarín, y ahora a la Iglesia católica. Y mostró su mejor rostro, porque el mejor Kirchner es el que debe recuperar y acumular poder. En ese rol, es capaz de utilizar cualquier truco posible. Y es mucho más creativo que a la hora de consolidarlo y mantenerlo.
Por último, resulta interesante analizar cómo construye poder Kirchner respecto de Perón y de Menem. El fundador del movimiento utilizó la fórmula bonapartista –dicho esto sin el componente peyorativo que le adosa la izquierda teórica−, es decir, tejió una relación carismática con el pueblo que le permitió erigirse como árbitro entre las distintas corporaciones sociales y convertirse así en un factor indispensable para el equilibro de intereses. El riojano optó, en cambio, por asociar su capital político electoral con el poder concentrado en una alianza táctica que comenzó a deshilvanarse en cuanto el desequilibro de beneficios se hizo evidente. Kirchner en cambio basa su poder en la confrontación permanente con jugadores de peso como las corporaciones económicas y políticas: el Poder Judicial, el periodismo, las Fuerzas Armadas, la Sociedad Rural, la Iglesia. Está convencido de que el lugar del “llanero solitario” contra los “grandes intereses” –aún cuando muchas veces el propio Kirchner sea más poderosos que los poderosos que enfrenta− le permite acumular poder representativo de un electorado afecto a jugar el papel de víctima.
Lejos de haberse convertido en un chirolita de Duhalde, pero tampoco en un Chasman de otro. Sin practicar el arte de la estrategia militar, ni las argucias de un titiritero maquiavélico, la lógica que subyace en el liderazgo político de Kirchner –aun cuando efectivamente no lo sea en la realidad− es la de Harry Potter frente a Lord Voldemort. Un mucho menos inocente y más oscuro Potter, obviamente, pero con algunos artilugios de magia política que impiden darlo por muerto, aun con todos los pronósticos y las apuestas en su contra.

Tiempo Argentino, 18 de julio.

domingo, 11 de julio de 2010

La democracia de los bárbaros - Editorial de Tiempo Argentino

Hernán Brienza
Esta es la frase más difícil de escribir por estos días porque es dolorosamente cierta: Cuando el ex dictador Jorge Rafael Videla se paró frente al tribunal que lo enjuiciaba y asumió toda la responsabilidad sobre la represión ilegal y justificó el horror desatado hizo lo que correspondía a un jefe militar como él. Quien esperaba un gesto de arrepentimiento, de recogimiento, de piedad, lo hacía porque no conoce la peor cara del género humano. Se podría hacer demagogia intelectual y hablar de los fantasmas desatados por sus palabras, de su malignidad; incluso demonizarlo, escribir que a través de sus palabras habló “el que quiere dividir” –como diría el cardenal Jorge Bergoglio, que dicho sea de paso echó mano a Satanás para hablar del matrimonio igualitario pero no para condenar las violaciones a los derechos humanos (la Iglesia sigue teniéndole más miedo al amor en cualquiera de sus formas que a la muerte y las torturas)-. Pero más útil que denunciar, intentar ponerle palabras al infierno, y sumarme al coro de los que se desgarran las vestiduras acusándolo de hipócrita, cínico y otros epítetos similares, creo que es obligatorio entender su gesto político e histórico.
Comprender a Videla es un imperativo para todos aquellos que desean que en nuestro país no se produzca nunca más un genocidio como el de la última dictadura militar. Hace algunos años escribí sobre la posibilidad de aplicar el concepto de banalidad del mal -Hanna Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén- para entender cómo funciona la cabeza de quienes desataron el horror en la Argentina. Allí comprendí que no hay una disposición natural ni individual para el “mal radical” –concepto Kantiano si los hay-, si no que basta con ser un humano como cualquier otro con un “adormecimiento de la conciencia del mal”. Es decir, no es que el daño que está cometiendo esa persona sea banal o que no sea conciente de lo que está realmente haciendo; la cuestión fundamental es que esa persona tiene mermada la capacidad de valorar moralmente sus actos. Es decir, cree que el mal que comete está banalizado por una justificación. Lamento informar que ese adormecimiento, en el caso de Videla, se llama idealismo o utopía.
Videla consideró que cualquier “sacrificio personal” era necesario para cumplir su utopía de imponer el nacional-catolicismo en su país. Es decir, hay que tener la mente fría para comprender que el ex dictador es un idealista que impone su idea por sobre la vida real, a toda costa y aún a riesgo de convertirse él mismo en un carnicero. Porque se trataba, sin duda, de “una guerra de Dios” en la que debían erradicar al comunismo y a la subversión del “Reino en la Tierra”. Lo curioso es que gracias a los acuerdos comerciales con la Unión Soviética muy poco militantes comunistas fueron desaparecidos y cayeron, en realidad, además de combatientes de organizaciones armadas, miles de militantes peronistas y delegados del movimiento obrero organizado. Por lo tanto, Videla y los suyos (ese gran consenso cívico-militar) arremetieron no contra fantasmas internacionales imaginarios sino contra un país real, muy real.
En este esquema de adormecimiento y justificación, que Videla haya dicho lo que dijo no es ninguna novedad. Es más, no es otra cosa que un gesto político dirigido a buscar consensos en vistas al futuro. Videla abroqueló a los suyos y los representó. Se hizo cargo como jefe militar.
La dictadura militar fue el brazo armado de una elite dominante que quiso desarticular el país que habían logrado instalar primero con timidez el Yrigoyenismo y con “fervor barbárico” el peronismo. La palabra “reorganización” alude directamente al proceso de “organización” nacional -armado a fuerza de bayonetas contra los caudillos federales por Bartolomé Mitre- de la década de 1860. Es decir, la dictadura surgió como una necesidad de la vieja elite dominante para borrar de la historia un modelo de país montado sobre la experiencia de los gobiernos nacionales y populares. Y su principal construcción fue ese Estado de Bienestar criollo, que se asemeja a los modelos europeos de post-guerra, pero que disiente en su estética, su idiosincrasia, su elegancia retórica. El peronismo, en su lógica acuerdista, corporativista, se emparentó con el llamado Estado de Compromiso, donde los grupos económicos antagónicos pactaron para llevar adelante un proyecto político, económico, social determinado dentro de un país. Se trató, claro, de una experiencia contradictoria, con avances y retrocesos, con agachadas, dignidades, con desigualdades, pero con una lógica democratizadora, inclusiva y distributiva incuestionable.
Si hay un actor cuya suerte quedó sellada a ese modelo fue el movimiento obrero organizado, concretamente la Confederación General del Trabajo, unificada y poderosa, capaz de poder marcarle el paso a una clases dirigente que, de no haber existido un contrapeso, jamás habría salido del esquema de país anterior al peronismo y al que quiso volver entre 1976 y el 2002. Las 62 Organizaciones peronistas, por ejemplo, fueron durante los años difíciles la plomada que equilibraba ese Estado de Bienestar imposible de desarticular hasta la dictadura militar.
Claro, la imagen de los dirigentes gremiales siempre ha sido bastardeada por los medios de comunicación empresariales. El mote de “gordos” ya es de por sí bastante peyorativo, y a eso se le suma las sospechas de matonismo, burocratización, autoritarismo, corrupción, colaboracionismo –cualidades que bien podían ser aplicadas a otras corporaciones como la Iglesia, el Ejército, la Sociedad Rural y la UIA, por ejemplo- que hacen que el sindicalismo argentino sirva como chivo expiatorio para los sectores de clase media y los sectores hegemónicos. Nadie puede negar que muchos dirigentes obreros resultan impresentables para la sociedad civilizada. Y que algunos de ellos, como Luis Barrionuevo o Armando Cavallieri, son francamente un modelo de antidirigente gremial.
Pero repasemos algunos hitos históricos: Contrapeso obligatorio de la burguesía industrial a favor de los trabajadores durante el primer peronismo, hacedores de la Resistencia en pleno contraataque represivo de la dictadura de Pedro Aramburu, constructores del andamiaje de cobertura social más progresista de América Latina –clínicas, mutuales, hoteles-, sostenedores del Pacto Social durante la gestión de José Ber Gelbard, derrocamiento de José López Rega. Mientras la mayoría de las organizaciones civiles se hacían las distraídas, el movimiento obrero realizaba en 1979 el primer paro general contra la dictadura y fue la CGT Brasil, con los 25 y Saúl Ubaldini, la que horadó la hegemonía de la dictadura. Fuel el MTA de Hugo Moyano, uno de los primeros actores sociales en oponerse al menemismo, mientras la mayoría de la clase media optaba entre Brasil y Miami para irse de vacaciones, y es la CGT la que acompaña el actual proceso político que incluye paritarias, mejoras para el sector del trabajo, una política paulatina, a veces insuficiente, claro, de redistribución del ingreso y un modelo productivo inclusivo.
Resulta por lo menos paradójico, entonces, que el movimiento obrero haya tenido gran presencia en los procesos dinámicos de la sociedad y estuviera ausente –o fuera su principal víctima- en los momentos de concentración de la riqueza y de represión del pueblo. El progresismo argentino en todas sus vertientes –si quiere tener una política real de administración del poder- debería tomar nota del rol histórico que ha jugado el sindicalismo argentino. Porque es cierto que, desde una mirada sarmientina, Moyano y su troupe son algo así como una “armada Brancaleone”, o los “piratas del Caribe”, mezcla de “ladronzuelos pragmáticos y simpaticones”. Tan cierto como que Videla es un señor pulcro e idealista. Y una vez más la diferencia no está en los valores individuales ni, incluso, en los horrores desatados, sino en las opciones políticas: es decir, si juegan para el brutal equipo de los civilizados o para la imperfecta “democracia de los bárbaros”, como la llamaba Juan Bautista Alberdi.
11 de julio de 2010

Un fantasma recorre Barrio Parque

Hernán Brienza
Se trata de una muy mala noticia. Peor de lo que muchos se imaginan, tanto del esquema interno del macrismo como del progresismo porteño y nacional. La confirmación por parte de la Cámara del procesamiento como partícipe necesario de asociación ilícita del jefe de Gobierno porteño generaría un temblor en el mapa político de la ciudad de Buenos Aires que obligaría a replantear las estrategias electorales para el 2011. Pero no solo por eso, al fin y al cabo apenas un circunstancia, sino porque significaría un duro golpe para la construcción de una alternativa democrática de lo que podría llamarse la derecha.
Desde las elecciones de 1916, en la que triunfó el candidato radical Hipólito Yrigoyen, que la derecha no puede acceder de forma democrática al gobierno. ¿Pero de qué hablamos cuando decimos la Derecha? Lejos de definirla por el prejuicio sería interesante hacerlo por extensión: se trata, entonces, del sector que representa a católicos, conservadores y liberales, a votantes más preocupados por la eficiencia administrativa de tipo municipalistas –alumbrado, barrido y limpieza- que por la distribución de la riqueza, con un Estado mínimo, con una fuerte preocupación por la seguridad y la aplicación de políticas diseñadas para el orden, y por un concepción de la sociedad más relacionada con el mundo de los negocios –agrícolo-ganaderos, financieros y las megaempresas industriales- y las empresas que el de los trabajadores y los sectores más postergados.
El viejo partido autonomista nacional, agotado su rol transformador hacia fines del siglo XIX devino en el partido Conservador que no pudo hacer pie electoral después de la Ley Sáenz Peña. Sin posibilidades de éxito en las urnas, la derecha, entonces, optó por asociarse al partido militar: El golpe de 1930 –con su posterior régimen fraudulento-, el de 1955, 1966 y 1976, funcionaron como modalidades de acceso al poder de una elite dominante aislada que no podía tejer lazos de inclusión a otros sectores. Es decir, la derecha no lograba generar consensos para gobernar. Con la llegada de la democracia, la Ucedé, de l familia Alsogaray, no superaba, por ejemplo, el 10 por ciento de los votos, pero se encontró en una alianza oscura con el menemismo que comandaba el justicialismo triunfante en 1989. Ese modelo conservador dominante se extendió hasta diciembre de 2001, cuando estalló el modelo neoliberal sembrado en 1976.
La emergencia de Mauricio Macri como dirigente político generó una ilusión en esos sectores. Por primera vez tenían un delfín blanco capaz de ganar en las urnas y que aseguraba tener un compromiso con las reglas democráticas explícito. La buena noticia no era sólo para la derecha. Esa promesa aseguraba estabilidad al sistema político.
Pero el ex empresario demostró rápidamente sus flaquezas: tras la zancadilla que le hizo al por entonces jefe comunal Aníbal Ibarra y la victoria en el Ballotage del 2007 –producto más de un error de cálculo de las fuerzas progresistas que de méritos propios-, debió domar el toro de la política real. Si bien no lo había conseguido con su magra gestión, todavía se mantenía en la silla de montar. Pero si la Cámara confirma el procesamiento, aún cuando la oposición a su gobierno no logre destituirlo a través del juicio político, Macri probara el gusto del polvo.
En estos últimos tres años, la gestión Macri ha dejado mucho que desear. Después de un primer momento de mucha actividad pavimentadota, la Ciudad comenzó a bachearse –sobre todo de la avenida Córdoba al sur- y las obras públicas a espaciarse. Además, sus especialistas en tránsito no pudieron ponerse de acuerdo en el sentido de varias calles, ya que las cambiaron varias veces mareando a automovilistas y peatones. Si uno compara la gestión de Macri con las anteriores podrá comprobar que es el jefe de Gobierno que menos megaobras realizó: no pudo abrir una sola estación de subterráneos y apenas se dedicó a inaugurar proyectos trazados por administraciones anteriores como el túnel de la avenida Dorrego, por ejemplo.
Con uno de los presupuestos más altos del país, el jefe de Gobierno optó por reducir los programas sociales como los planes de atención a chicos y adultos en situación de calle y la dieta alimentaria de los alumnos de las escuelas públicas. Semanas atrás se confirmó el aumentó de la mortalidad infantil en el distrito más rico del país y la muerte de una beba de 25 días, cuyos padres no habían sido atendidos correctamente por los agentes estatales porteños terminaron de configurar un cuadro que demuestra que la “cuestión social” no está en la agenda del macrismo. Lo que patentiza aún más esto es el escandaloso accionar de la UCEP, una patota nocturna que se dedicaba a maltratar a indigentes sin techo.
En el terreno educativo tampoco le fue demasiado bien: Tras el affaire grotesco de Abel Posse, el actual ministro Esteban Bullrich debió enfrentar el escandalote de censurar los textos de estudio para el Bicentenario por considerarlos material marxista y, como si fuera poco, nunca puso en marcha la ley de Inclusión Educativa y las Directrices de Educación Sexual, que presentó una diputada de sus propias filas en el año 2004.
Es decir, que el único hecho de gestión que puede demostrar Mauricio Macri es la creación de la Policía Metropolitana, fuerza que los vecinos todavía no entienden muy bien para que está, ya que no tienen capacidad para reprimir el delito y no tiene más poder de fuego que el desalojo compulsivo de los comerciantes callejeros de Liniers, por ejemplo.
El escándalo de las escuchas telefónicas es, entonces, la coronación de una gestión más que deficiente. Debilitado, estos tres años le quitaron el empuje de ser la promesa blanca de la derecha y los convirtieron en un político más que, además, vive pateando la pelota aufera, acusando al gobierno nacional de no dejarlo gestionar y de realizarle todo tipo de operaciones políticas. Pero a esta altura de la noche, Macri, para ser un político con aspiraciones reales a gobernar un país debería saber sortear ese tipo de dificultades. Además, no está muy claro que al candidato que enfrente al kirchnerismo lo perjudique una campaña judicial en su contra. Francisco de Narváez ganó la provincia en las últimas legislativas chicaneado por la causa de la efedrina, por ejemplo.
Lo realmente sustantivo es que el espionaje personalizado en Ciro James actúa como un fantasma para el macrismo. Porque remite rápidamente a las políticas de inteligencia del pasado, sobre todo de la dictadura y los primeros años de la democracia. Allí está su fuerza demoledora. Retrotrae a la derecha a su peor cara: al avasallamiento de los derechos de los ciudadanos.
Tiempo Argentino - 11 de julio.

domingo, 4 de julio de 2010

El periodismo en la bañadera - Tiempo Argentino, domingo 4 de julio.

Hernán Brienza

Hay un micro relato que cuenta Albert Camus de un loco que está pescando en una bañera y el psiquiatra le pregunta: ¿Y, hay pique? El internado lo mira y riguroso le contesta: “Claro que no, imbécil, ¿no ve que es una bañera?” Es casi una parábola, una broma, pero es interesante analizarlo minuciosamente porque puede decirnos mucho de lo que ocurre en el periodismo argentino y en muchos personajes del affaire Eduardo Sadous, el ex embajador en Venezuela protagonista de la novela criolla “Nuestro hombre en Caracas”. Es decir, durante varios días diputados, ex embajadores, periodistas, editores, comunicadores sociales, vivieron pescando en la bañera con cara de compenetrados en el papel que estaban llevando adelante. Pero cuando se develó el secreto con la publicación de la versión taquigráfica de lo que realmente había dicho Sadous en la comisión legislativa, automáticamente todos dieron vuelta los rostros sorprendidos y respondieron: “¿Pero no ve que es una bañera?”.
Después de haber filtrado el contenido del documento a los principales medios como Clarín y La Nación; luego de haber -por lo menos- forzado maliciosamente el testimonio del ex embajador para “apuntar” al ex presidente Néstor Kircher y al ministro de Planificación Julio de Vido e involucrarlos en un supuesto escándalo de corrupción –causa que hay que seguir investigando con honestidad y rigurosidad, por supuesto-, affaire que Tiempo Argentino demostró que no había datos concretos que permitieran realizar esa afirmación; y luego de ampararse en un silencio que ampliaba ese desasosiego político en el que el gobierno parecía estar entre las cuerdas; los diputados de la oposición se horrorizaron porque la publicación del documento era una maniobra del oficialismo para amedrentar testigos, los “generales” del diario hegemónico Clarín salieron a proclamar su “compromiso y profesionalidad” y el presidente de la Comisión, Alfredo Atanasof se rasgó las vestiduras porque se cometió el delito de develar un secreto público, y hasta el presidente de la Cámara el oficialista Eduardo Fellner abrió un sumario administrativo. Es decir, todos se hicieron los “rescatados” y acusaron al psiquiatra –en este caso Tiempo Argentino- de desubicado.
Las idas y vueltas de la implementación de la ley de Medios Audiovisuales, el cierre de diarios con total impunidad por parte de empresarios como Antonio Mata, la horrorosa estrategia de los abogados de Ernestina Herrera de Noble por el supuesto delito de apropiación de menores durante la última dictadura militar –que la dueña de un medio de comunicación hegemónico intente todo tipo de estratagemas para ocultar su propia verdad es muy significativo-, las constantes operaciones periodísticas en las que se cruza ya no el límite de la interpretación o de la opinión si no que se quiebra el pacto con el lector forzando títulos hasta el ridículo, nos obligan a replantearnos a los periodistas nuestro rol en una sociedad que aspira a democratizarse cada ves más en el aspecto económico, político, cultural y social.
Hace poco menos de un año publiqué en un diario que ya no existe y espero que vuelva a existir una contratapa en la cual hablaba de lo que podrían llamarse las Veinte Verdades Periodísticas. En aquella oportunidad escribí: “Hace exactamente 18 años que hago este trabajo y en estos años he visto la cara horrenda del periodismo: que la mayoría de las notas publicadas son publicidad u operaciones de prensa, que hay periodistas que cobran por las notas, que los medios son, en su mayoría, manejados por empresarios a quienes les importa menos el periodismo que sus propios negocios, que muchas veces somos ingenuos frente a la rapacidad de políticos y empresarios, que debemos escribir lo que la “línea editorial” nos “sugiere”, que en la mejor de las veces defendemos con honestidad nuestra propia ideología y en la peor nos escondemos hipócritamente en la palabra “profesionalismo”, que a veces nos equivocamos por “boludos”, que otras veces miramos mal, que la verdad no existe y quienes pretenden arrogársela son más peligrosos aun que los que dudan, que hemos construido un cinismo galopante y destructor que casi siempre se trasluce en un inconformismo histérico, que nos gusta jugar a los fiscales pero no nos gusta que nadie nos fiscalice, que hemos abusado de la denuncia y de la patotería, que los medios reproducen un discurso racista y, sobre todo, discriminador hacia los sectores de menores recursos, que vivimos anunciando el Apocalipsis, que nos metemos en la vida privada de la gente, en su cama, en sus narices, en sus placares, que hemos convertido en gurúes a economistas que han destruido las finanzas del país, que nos hemos “chabacanizado”, que cada vez leemos menos y somos más incultos, que por abrazarnos a un jugador de fútbol damos un párrafo entero, que por un libro importado de más de mil páginas trocamos buenas críticas, que por un buen entrevistado limamos nuestras preguntas, que hay pocas cosas menos éticas que una charla en off con una fuente, que si las reuniones de editores fueran grabadas o filmadas habría tres presos más por día –es ironía, claro–, etcétera, etcétera…”
Al día siguiente tuve que enfrentarme a un grupo de editores y periodistas que exigían una retractación pública de lo que había escrito. Les contesté que no pensaba retractarme y que para mí era un honor que un diario publicara lo que había escrito con tanta crudeza. Que utilizaba la primera persona del plural por una cuestión de elegancia estilística y honestidad intelectual porque no quería ponerme en el lugar del profeta que señala a los demás y no se hace cargo de sus errores. No lo entendieron. Hoy vuelvo a publicar este párrafo porque me enorgullece poder escribir con tanta crudeza en un diario en muchos aspectos diferentes al que trabajaba hace unos meses. Pero porque creo fundamentalmente que los periodistas nos tenemos que mirar a la cara y hacer un profundo debate sobre lo que estamos haciendo.
Pero la discusión debe ir mucho más allá de la polémica penal tributaria sobre cuánto cobra Ernesto Ténembaum para TN, cuánto Orlando Barone o, por ejemplo, con cuántas medialunas de más desayuna el que escribe estas líneas. Lo que hay que debatir es qué tipo o tipos de periodismo sirven para democratizar y pluralizar a la sociedad argentina: ¿Vamos a elegir el periodismo de anunciantes, el de las empresas a las que les interesa quedarse con el país, el de la pauta oficial? ¿el de las convicciones más allá de quién solvente el medio al cual pertenecemos? ¿el oficio con compromiso ideológico, el siempre vidrioso “profesional”, el hipócrita “independiente”? ¿Con quién nos comprometemos cuando decimos que nos comprometemos? ¿con qué verdades? ¿La de los grupos concentrados? ¿la del Estado? ¿el gobierno? ¿Cuánto influyen los anunciantes privados en el mercadeo de la noticia?
Luego de la dictadura militar –de la que los medios hegemónicos fueron partícipes necesarios- el paradigma profesional se había anclado en esa visión liberal de que el periodista debía separarse del Estado e incluso ser aséptico respecto de los intereses políticos. Se entendía, entre otras cosas, porque el Estado había sido brutal con la parte no cómplice de la sociedad civil. El maridaje que en los noventa se produjo entre política y empresarios reforzó esa necesidad de “independencia” respecto de esa entente entre negocios públicos y privados, la “economización” y farandulización de la escena pública continuó con el proceso de despolitización del periodismo nacional.
La llegada del siglo XXI se caracterizó por el abordaje de la política en la escena nacional. Es una buena noticia, claro, pero también es un elemento que complejiza algunas cuestiones: ¿Se puede conservar el viejo paradigma para un país que se piensa así mismo con parámetros nuvos? ¿Se puede/debe mantener un periodista impávido ante la discusión entre un modelo concentrador y excluyente y otro que tracciona hacia la democratización y la redistribución de la riqueza? Y por ultimo ¿mantenerse “independientes” de las propias convicciones ideológicas ante un mapa de intereses económicos cruzados no es como pescar con cara de distraídos en la bañera?

jueves, 1 de julio de 2010

Las palabras de Sadous derrumban todas las operaciones mediáticas - Publicado en Tiempo Argentino

Hernán Brienza
Operaciones cruzadas, campañas de prensa, espionaje comercial, supuestos negocios turbios entre dos países latinoamericanos, un grupo de diputados argentinos que se juramentan silencio, un ex embajador –Eduardo Sadous- con ansias de protagonizar una novela de Graham Greene, cables internacionales secretos entre embajadas, ironías entre legisladores, chicanas, 90 millones de dólares perdidos y encontrados y minucias de cómo funciona el comercio internacional forman parte de este globo de ensayo mediático que necesitaría de un nuevo Osvaldo Soriano para relatar con pericia las delicias de este caso que bien podría llamarse Nuestro hombre en Caracas. Tiempo Argentino pudo acceder en exclusiva a la Versión Taquigráfica de la exposición que el 23 de junio realizó Sadous ante la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto de la Cámara de Diputados, una muestra del despropósito mediático y al mismo tiempo una excelente oportunidad para fisgonear en la real-politik internacional.
Según consta en la versión taquigráfica, Sadous se asemeja al célebre personaje de Greene –Jim Wormold- que había logrado tener en vilo a la diplomacia británica haciéndole creer que tenía los mapas de una planta nuclear en la Cuba del dictador Fulgencio Batista. A la postre, esos planos no eran otra cosa que el dibujo de un aspiradora. Algo similar ocurrió con las declaraciones del ex embajador en Venezuela. Mientras Clarín el 24 de junio había titulado “Sadous apuntó directo a Kirchner y a De Vido”, la verdad es que ese título es absolutamente falso.
Respecto del ex presidente Néstor Kirchner, Sadous dice en una de las pocas veces que lo nombra: “Sobre si el presidente conocía el funcionamiento de esto, yo entiendo que sí, que lo debe haber conocido, evidentemente, por los numerosos viajes tanto de él como del presidente Chávez a la Argentina, por la cantidad de acuerdos que se firmaron en cada ocasión y no me cabe la menor duda de que estaba al tanto”. ¿Pero qué es exactamente el funcionamiento de “ésto”?
La pregunta la hace el diputado del peronismo disidente Eduardo Amadeo y la versión textual dice: ¿Hasta dónde el presidente Néstor Kirchner en su conocimiento tuvo acceso a esta información vital sobre la manera en que se estaban desarrollando las negociaciones? No sólo el problema del fideicomiso, sino la estructura general de la operación…”. Pero, a ver, ¿Cuál es el problema del fideicomiso? Sencillo: en enero de 2005, Sadous había enviado un cable diplomático titulado “Gravísima situación” había informado de un faltante de 90 millones de dólares en el fideicomiso que administra PDVSA –la empresa pública de petróleo venezolana que nada tiene que ver con el Estado Argentino- y a través del cuál Caracas paga los productos que Buenos Aires le exporta. Concretamente, el fideicomiso es una herramienta de exportación que consiste en lo siguiente: Argentina importa fuel-oil de Venezuela y las divisas con las que paga entran en un fideicomiso que el país caribeño utiliza para comprar luego las importaciones que hace de la Argentina. Cómo se lee, más allá de la dificultad del asunto, la supuesta acusación –el único momento que “apuntó directo”- no es otra cosa que una gran nube de humo. Sadous estaba dibujando el plano de aspiradora.
Respecto de la denuncia contra De Vido, Sadous dice textual: “Los empresarios argentinos en forma permanente hacían comentarios sobre la necesidad de pasar por el Ministerio de Planificación Federal para resolver que sus ventas a Venezuela se imputaran al fideicomiso. Ahora, denuncias concretas obviamente no las hubo; si las hubiera habido yo lo hubiera puesto en conocimiento de la Cancillería, como es mi deber y como lo hice cuando tuvimos pruebas concretas de la desaparición de los 90 millones de dólares del fideicomiso y reaparición posterior”. Habría que recordar que ningún empresario ratificó los dichos de Sadous. Y habría que agregar que en algún momento de su declaración admite que es posible que también hubiera negocios non sanctos de Venezuela con países como “Brasil, Chile o Francia” pero que tampoco esto le constaba. Lo que sí, también se quejó porque dicen que dicen los que finalmente no dijeron que los “retornos” llegaban hasta el 15 por ciento cuando lo común es el siete o el diez. Es decir, ni siquiera es una cuestión de grado.
A esa altura, la reunión en la comisión estaba tomando un tono caricaturesco. El diputado Carlos Kunkel ya había interrumpido a Sadous denunciando que “la puerta de la sala ha quedado abierta y están filmando la reunión” y también había protagonizado un irónico cruce con la diputada de la Coalición Cívica, Patricia Bullrich, sobre la prosapia de la ex ministra de Trabajo durante la presidencia de Fernando de la Rúa. “La diputada Patricia Bullrich de Pueyrredón está pidiendo una interrupción”, dijo, entre las risas de otros diputados, Kunkel; y la respuesta jocosa fue “Pueyrredón de San Martín”.
La diputada fueguina Mariel Calchaquí había precisado que “esto” no era otra cosa una discusión sobre fondos que no era públicos; son negocios de empresarios, facilitados, tal vez por las buenas relaciones bilaterales, pero no hay fondos públicos. Bullrich saltó y espetó “PDVSA son fondos públicos”. Y Heller terció: “¡No son argentinos!”. Es decir, lo que quiso remarcar el diputado del Partido solidario, es que si hubo un caso de corrupción estuvo sobre la órbita de la administración venezolana y no argentina. En otro pasaje de su declaración, Sadous agrega un poco menos de luz sobre el tema del manejo del fideicomiso:
-Calchaquí: (…) ¿Qué intervención directa puede tener el Ministerio de Planificación de la Argentina de este tipo de pagos, cuando son el Banco de Venezuela y PDVSA, los que administrar y efectivizan?
-Sadous: Indicar a qué empresas se puede pagar o no, a qué empresas se puede imputar los pagos de los fondos del fideicomiso que administran PDVSA. (…) El mecanismo era a través de PDVSA, al ser administradora era la que decidía en consulta con ministerios u organismos estatales venezolanos qué productos o bienes se compraban. Ahora, cómo…
-Pinedo: Nosotros no sabemos cómo.
-Sadous: Supongo que por negociaciones políticas entre distintos ministerios…
-Pinedo: ¿cómo se hacía para enterarse de que querían comprar tal cosa?
-Sadous: PDVSA informaba al Ministerio de Planificación Federal y a la embajada cuáles eran los productos a comprar. Se transmitía esto a Cancillería y se presentaban las empresas que iban a vender dentro del sistema del fideicomiso (…)
Heller- Y a la Cámara de Comercio.
-Sadous: En algunos casos se informaba a Cancillería, en otros casos al Ministerio de Planificación Federal, que era quien mantenía las relaciones regulares una vez por mes o dos veces por mes. Cuando venía Uberti o delegación del Ministerio de Planificación mantenía reuniones con venezolanos, PDVSA, el Ministerio de Energía y Agricultura sobre las demandas que tenían estos ministerios para comprar productos.
-Pinedo: ¿Quién seleccionaba los vendedores argentinos?
-Sadous: Ni la embajada ni la Cancillería.
-Pinedo: ¿Usted no sabe quién?
-Sadous: No.
Pero la decisión final sobre los pagos del fideicomiso no es la única cosa que no supo Sadous a lo largo de su exposición: Tampoco supo explicar –nombrado Uberti y el Ministerio de Planificación- sobre la supuesta “embajada paralela” con la que tanto habían machacado los medios de comunicación. “Con respecto a la diplomacia paralela, yo nunca usé la expresión diplomacia paralela. Lo que sí creo que hubo fueron gestiones paralelas, es decir gestiones en las cuales la embajada no participó”. Sadous no conoce de otros casos similares a lo largo de sus 37 años de trabajo, pero cualquier persona sensata y con un conocimiento de real-polítik internacional sabe que las embajadas guardan un rol protocolar mientras que el mundo de las presiones políticas, comerciales, de negocios van por otro. Estados Unidos, España, Francia y Gran Bretaña, entre otros, lo saben a ciencia cierta.
El mayor despiporre político se produjo cuando el histriónico diputado Jorge Yoma intervino y luego de quejarse del “horario castrense” impuesto por el presidente de la comisión Alfredo Atanasof que le impidió tomar mate tranquilo con su familia expuso: “Estábamos frente a un escándalo de corrupción de proporciones en la Argentina en la que un embajador iba a aportar datos confidenciales que poco menos que iban a generar una catástrofe institucional. Ello ameritó que dejara el mate de un lado y venga para esta reunión. La verdad es que estoy totalmente decepcionado y le transmito, presidente, esta queja en nombre de mi familia”.
Pero más allá de la ironía, Yoma, que fue embajador en México, puso el acento en algo interesante que se escapó de toda agenda mediática: “Nos parece trascendente el daño que se le provoca al país en un mercado tan importante como el de la maquinaria agrícola con este escandalote que no tiene ningún fundamento. (…) Lo que quiero decir es que este globo, esta expectativa, estas cámaras de televisión el único efecto que van a tener es absolutamente negativo en el comercio exterior argentino, en un segmento tan importante como el de la maquinaria agrícola, en provincias como Córdoba y Santa Fe, cuya actividad es tan importante, cuando no existe el más mínimo elemento de que haya habido participación de un funcionario argentino en actos de corrupción. Pero el daño al país sí es evidente”.
Sadous gesticulaba frente al micrófono y Atanasof se ponía nervioso y lo cierto es que la testimonial naufragaba en un mar de suposiciones, especulaciones, inconsistencias, contradicciones y verosimilitudes que podían resultar similares a la verdad pero que no tenían ninguna evidencia contundente para que lo fuera. Mientras tanto, la diputada oficialista Juliana Di Tullio se quejaba porque cuando había salido a fumar había recibido el dato de periodistas de La Nación de que “la oposición ya había quebrado el acuerdo” de silencio. Envalentonada, dijo: “La verdad es que yo no hice ninguna declaración y tampoco creo que algún diputado de la oposición haya quebrado el acuerdo. Espero que así sea. Además, no creo que le convenga”. Margarita Stolbizer la cortó: “¿qué quiere decir `no creo que les convenga`?” Cocorita, Di Tullio estocó: “que no les conviene dar información sobre esta reunión porque fue un escándalo y una vergüenza”. Con cara de convidado de piedra, el diputado Juan Carlos Morán, padre de la criatura –la investigación, claro- admitió: “Yo salí tres veces y la verdad es que nadie me obligó a hacer declaraciones”. Y es posible que diga la verdad, es decir, que nadie lo haya obligado.
Otra de las intervenciones interesantes la realizó Heller cuando expreso: “Usted ha dicho textualmente que los intereses que se veían afectados por la presencia argentina estaban molestos y en función de eso, era previsible que actuaran. Dijo que Venezuela tenía un gran comercio con los Estados Unidos. En segundo lugar dijo que tenía un comercio muy importante con Colombia y en tercer lugar, tenía un gran desarrollo comercial en las relaciones con Brasil (…). Usted ha dicho que escuchó comentarios de que había retornos. A partir de esos comentarios que usted dice escuchó –pero que los otros niegan, ya que dicen que no los hicieron- se genera todo este debate y discusión. Sabiendo cómo funcionan determinados países y los servicios de inteligencia así como el vínculo que existe por la defensa de sus intereses comerciales, etcétera, ¿el crecimiento de las exportaciones argentinas a Venezuela en detrimento de terceros países –porque evidentemente eso es así- no generará acciones de inteligencia de esos países para enturbiar las relaciones argentino-venezolanas y de esa manera recuperar cuotas de mercado que están perdiendo? ¿No lo ve como una posibilidad que también deberíamos estar considerando? (…) En definitiva, me parece que existe un montaje de una operación política que no tiene absolutamente nada que ver”.
Convertido Sadous en el protagonista de Nuestro hombre en Caracas, este hombre puesto por el ex presidente Eduardo Duhalde en la embajada en Venezuela, también es un personaje que aspira a una participación estelar en el cielo opositor. Con la intención de que su gestión fuera reconocida –habló de sus condecoraciones, de los aciertos de su gestión (la recomposición de las relaciones entre ambos países, el crecimiento del comercio binacional de 250 millones a dos mil millones, el acuerdo por el petróleo y la firma del protocolo adicional al convenio de intercambio del año 1978)-, intentó tener sus 15 minutos de fama. En cierta manera, los obtuvo. Claro, a fuerza de versiones, de entredichos, de comentarios, que pueden servir para una buena novela de espionaje, pero no para poner en juego una estrategia de crecimiento económico basado en la explotación de nuevos mercados. Es decir, allí donde todos hablan de una central nuclear, no había otra cosa que los planos de una aspiradora.