Hernán Brienza
Se trata de una muy mala noticia. Peor de lo que muchos se imaginan, tanto del esquema interno del macrismo como del progresismo porteño y nacional. La confirmación por parte de la Cámara del procesamiento como partícipe necesario de asociación ilícita del jefe de Gobierno porteño generaría un temblor en el mapa político de la ciudad de Buenos Aires que obligaría a replantear las estrategias electorales para el 2011. Pero no solo por eso, al fin y al cabo apenas un circunstancia, sino porque significaría un duro golpe para la construcción de una alternativa democrática de lo que podría llamarse la derecha.
Desde las elecciones de 1916, en la que triunfó el candidato radical Hipólito Yrigoyen, que la derecha no puede acceder de forma democrática al gobierno. ¿Pero de qué hablamos cuando decimos la Derecha? Lejos de definirla por el prejuicio sería interesante hacerlo por extensión: se trata, entonces, del sector que representa a católicos, conservadores y liberales, a votantes más preocupados por la eficiencia administrativa de tipo municipalistas –alumbrado, barrido y limpieza- que por la distribución de la riqueza, con un Estado mínimo, con una fuerte preocupación por la seguridad y la aplicación de políticas diseñadas para el orden, y por un concepción de la sociedad más relacionada con el mundo de los negocios –agrícolo-ganaderos, financieros y las megaempresas industriales- y las empresas que el de los trabajadores y los sectores más postergados.
El viejo partido autonomista nacional, agotado su rol transformador hacia fines del siglo XIX devino en el partido Conservador que no pudo hacer pie electoral después de la Ley Sáenz Peña. Sin posibilidades de éxito en las urnas, la derecha, entonces, optó por asociarse al partido militar: El golpe de 1930 –con su posterior régimen fraudulento-, el de 1955, 1966 y 1976, funcionaron como modalidades de acceso al poder de una elite dominante aislada que no podía tejer lazos de inclusión a otros sectores. Es decir, la derecha no lograba generar consensos para gobernar. Con la llegada de la democracia, la Ucedé, de l familia Alsogaray, no superaba, por ejemplo, el 10 por ciento de los votos, pero se encontró en una alianza oscura con el menemismo que comandaba el justicialismo triunfante en 1989. Ese modelo conservador dominante se extendió hasta diciembre de 2001, cuando estalló el modelo neoliberal sembrado en 1976.
La emergencia de Mauricio Macri como dirigente político generó una ilusión en esos sectores. Por primera vez tenían un delfín blanco capaz de ganar en las urnas y que aseguraba tener un compromiso con las reglas democráticas explícito. La buena noticia no era sólo para la derecha. Esa promesa aseguraba estabilidad al sistema político.
Pero el ex empresario demostró rápidamente sus flaquezas: tras la zancadilla que le hizo al por entonces jefe comunal Aníbal Ibarra y la victoria en el Ballotage del 2007 –producto más de un error de cálculo de las fuerzas progresistas que de méritos propios-, debió domar el toro de la política real. Si bien no lo había conseguido con su magra gestión, todavía se mantenía en la silla de montar. Pero si la Cámara confirma el procesamiento, aún cuando la oposición a su gobierno no logre destituirlo a través del juicio político, Macri probara el gusto del polvo.
En estos últimos tres años, la gestión Macri ha dejado mucho que desear. Después de un primer momento de mucha actividad pavimentadota, la Ciudad comenzó a bachearse –sobre todo de la avenida Córdoba al sur- y las obras públicas a espaciarse. Además, sus especialistas en tránsito no pudieron ponerse de acuerdo en el sentido de varias calles, ya que las cambiaron varias veces mareando a automovilistas y peatones. Si uno compara la gestión de Macri con las anteriores podrá comprobar que es el jefe de Gobierno que menos megaobras realizó: no pudo abrir una sola estación de subterráneos y apenas se dedicó a inaugurar proyectos trazados por administraciones anteriores como el túnel de la avenida Dorrego, por ejemplo.
Con uno de los presupuestos más altos del país, el jefe de Gobierno optó por reducir los programas sociales como los planes de atención a chicos y adultos en situación de calle y la dieta alimentaria de los alumnos de las escuelas públicas. Semanas atrás se confirmó el aumentó de la mortalidad infantil en el distrito más rico del país y la muerte de una beba de 25 días, cuyos padres no habían sido atendidos correctamente por los agentes estatales porteños terminaron de configurar un cuadro que demuestra que la “cuestión social” no está en la agenda del macrismo. Lo que patentiza aún más esto es el escandaloso accionar de la UCEP, una patota nocturna que se dedicaba a maltratar a indigentes sin techo.
En el terreno educativo tampoco le fue demasiado bien: Tras el affaire grotesco de Abel Posse, el actual ministro Esteban Bullrich debió enfrentar el escandalote de censurar los textos de estudio para el Bicentenario por considerarlos material marxista y, como si fuera poco, nunca puso en marcha la ley de Inclusión Educativa y las Directrices de Educación Sexual, que presentó una diputada de sus propias filas en el año 2004.
Es decir, que el único hecho de gestión que puede demostrar Mauricio Macri es la creación de la Policía Metropolitana, fuerza que los vecinos todavía no entienden muy bien para que está, ya que no tienen capacidad para reprimir el delito y no tiene más poder de fuego que el desalojo compulsivo de los comerciantes callejeros de Liniers, por ejemplo.
El escándalo de las escuchas telefónicas es, entonces, la coronación de una gestión más que deficiente. Debilitado, estos tres años le quitaron el empuje de ser la promesa blanca de la derecha y los convirtieron en un político más que, además, vive pateando la pelota aufera, acusando al gobierno nacional de no dejarlo gestionar y de realizarle todo tipo de operaciones políticas. Pero a esta altura de la noche, Macri, para ser un político con aspiraciones reales a gobernar un país debería saber sortear ese tipo de dificultades. Además, no está muy claro que al candidato que enfrente al kirchnerismo lo perjudique una campaña judicial en su contra. Francisco de Narváez ganó la provincia en las últimas legislativas chicaneado por la causa de la efedrina, por ejemplo.
Lo realmente sustantivo es que el espionaje personalizado en Ciro James actúa como un fantasma para el macrismo. Porque remite rápidamente a las políticas de inteligencia del pasado, sobre todo de la dictadura y los primeros años de la democracia. Allí está su fuerza demoledora. Retrotrae a la derecha a su peor cara: al avasallamiento de los derechos de los ciudadanos.
Tiempo Argentino - 11 de julio.
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solo te invito a leer http://apuntes-urbanos.blogspot.com/2010/07/cual-es-la-mejor-gestion-municipal-de.html
ResponderEliminarporque sostiene exactamente lo contrario a lo publicado por vos.
No tengo nada que ver con ese blog pero me parece interesante cruzar información antes de opinar.