Hernán Brienza
-Si Duhalde lo apoya, ¿usted va a ser su candidato?
−Yo no voy a ser el candidato de Duhalde, no soy el chirolita de nadie. Usted está muy fundamentalista con este tema. No voy a hacer un acuerdo con ningún aparato político... Yo quiero ser candidato con el apoyo de la gente.”
Corría diciembre de 2002 y el ex presidente Néstor Kirchner era todavía un precandidato a las elecciones de abril del año siguiente. El reportaje −uno de los pocos cara a cara que dio en los últimos diez años− lo realicé en la Casa de Santa Cruz y estuvieron en la charla su por entonces agente de prensa, Miguel Núñez, y el operador político en la Capital y durante años jefe de Gabinete Alberto Fernández. Por aquellos años, la estrella política santacruceña era, claro, la actual presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, y él era un gobernador sureño que había participado del Grupo Calafate y fundado la Corriente, una línea interna dentro del conmovido Partido Justicialista de fines de siglo pasado. No había mucho más. Apenas asomaba en las encuestas por arriba de los demás peronistas candidateables: Carlos Reutemann “había visto cosas”, José Manuel de la Sota no movía el amperímetro y Adolfo Rodríguez Saá −fugaz presidente− y Carlos Menem ya estaban anotados para las “internas abiertas” de abril de 2003. El duhaldismo no tenía candidato y todo apuntaba a que el santacruceño iba a ser su delfín.
Transcurrieron menos de ocho años de aquella entrevista titulada “Yo no soy el chirolita de Duhalde” que tanto ruido hizo. Y el paso del tiempo demostró que aquella tapa de la revista 3 puntos, no sólo reflejaba el pensamiento vivo del precandidato, sino que, excepto algunas promesas pirotécnicas de campaña, Kirchner no se contradijo demasiado a sí mismo luego de la llegada al poder: habló de “proyecto nacional, popular, progresista y racional”, de estabilidad y equilibrio fiscal, de políticas activas, de mayor presión impositiva para llevar adelante un plan neokeynesiano (inversión sin déficit fiscal), la recuperación de los instrumentos macroeconómicos y la presencia de un Estado protector para los sectores postergados.
Pero, además, en estos ocho años, se ha convertido en uno de los tres hombres fuertes que ha tenido el peronismo a lo largo de estos 65 años: su fundador, Juan Domingo Perón, Carlos Menem y él. Fueron tres liderazgos diferentes, claro, pero no menos importantes para la vida interna de ese movimiento político ¿Por qué la importancia de los nombres y de los hombres? Jorge Bolívar, en su libro Estrategia y Juego de Dominación, explica que por las características del sistema político argentino (cuyo principal actor es el Justicialismo) es necesario que las ciencias sociales vernáculas, más allá del estudio de las instituciones, analicen y desmenucen la figura del líder.
Lo que sostiene Bolívar es que, debido a la importancia que tiene la conducción y la estrategia desarrollada por ellos según los diferentes momentos históricos, resulta indispensable estudiar la formación y la ejecución de los liderazgos al interior y al exterior del peronismo. En ese sentido, el liderazgo de Kirchner difiere de los de Perón y Menem en un aspecto no poco importante para los sectores populares: el actual jefe partidario no es un cultor del carisma como principal sostén de su poder, no practica la persuasión como método de seducción pero tampoco la complicidad ni el “dejar hacer” del riojano, utiliza los factores ideológicos para amalgamar, pero sabe que sin argumentos fácticos hoy por hoy la construcción política es imposible. Centralista y disciplinador, conduce con mano férrea y confía más en los resultados y en la delimitación de la cancha que en el consenso que pueda obtener por vía del convencimiento. Pese a esto Kirchner sabe que, en primera y última instancia, es la política −en términos amalgama de administración de las decisiones, de gestión y de opción ideológica− la que prevalece sobre la maquinaria pragmática sin cabeza. En ese sentido, se emparenta más con la concepción estratégica de Perón −más allá de las diferencias de estilo y metodología− que con la de Menem. Es, además, doctrinariamente más “clásicamente peronista” –pacto social, desarrollismo productivo, no alineación internacional, apoyo táctico en el movimiento obrero organizado− que el riojano.
La semana pasada, Kirchner ha ganado una gran batalla política y, sobre todo, mediática. La sanción de la ley de matrimonio igualitario fue una pelea personal y él se encargó, personalmente, de lograr la obtención de votos positivos y de negociar las abstenciones dentro de sus propias filas. Defendió públicamente el proyecto, se enfrentó al cardenal Jorge Bergoglio −y le ganó la pulseada− y tendió un nuevo puente con los sectores medios urbanos que tan reacios le resultaban desde que abandonó la presidencia en 2007. Si bien la nueva ley no contaba con una mayoría en términos estadísticos, sí lo tenía en los sectores sensibles a los derechos individuales –un área no siempre cultivada por el peronismo− y con mucha llegada a los medios de comunicación, es decir un grupo de presión muy activo.
La principal virtud de Kirchner es el efecto sorpresa. Nadie puede negar que las grandes reformas estructurales y progresistas se produjeron durante el gobierno de Cristina –la injustamente denostada 125 (que con sus reformas hubiera favorecido durante mucho tiempo a los productores más que las retenciones fijas), la nacionalización de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios, la democratización de la televización del fútbol−, sin embargo, el ex presidente tiene la virtud, además de ser el articulador del andamiaje político, de ser el hombre con mayor iniciativa del escenario actual. Es decir, es el encargado de seguir delineando en qué cancha y cómo se juega la política argentina. En este sentido, la forma en que el kirchnerismo ha resucitado después de la derrota electoral previsible del 28 de junio del año pasado, significa un acto de coraje poco habitual en un hombre de poder: lejos de “pedir la escupidera”, como muchos aconsejaban, Kirchner se levantó, mostró su mejor cara, y salió a tirar trompadas. Y puso contra las cuerdas a más de uno, entre ellos, a dos pesos pesados como el Grupo Clarín, y ahora a la Iglesia católica. Y mostró su mejor rostro, porque el mejor Kirchner es el que debe recuperar y acumular poder. En ese rol, es capaz de utilizar cualquier truco posible. Y es mucho más creativo que a la hora de consolidarlo y mantenerlo.
Por último, resulta interesante analizar cómo construye poder Kirchner respecto de Perón y de Menem. El fundador del movimiento utilizó la fórmula bonapartista –dicho esto sin el componente peyorativo que le adosa la izquierda teórica−, es decir, tejió una relación carismática con el pueblo que le permitió erigirse como árbitro entre las distintas corporaciones sociales y convertirse así en un factor indispensable para el equilibro de intereses. El riojano optó, en cambio, por asociar su capital político electoral con el poder concentrado en una alianza táctica que comenzó a deshilvanarse en cuanto el desequilibro de beneficios se hizo evidente. Kirchner en cambio basa su poder en la confrontación permanente con jugadores de peso como las corporaciones económicas y políticas: el Poder Judicial, el periodismo, las Fuerzas Armadas, la Sociedad Rural, la Iglesia. Está convencido de que el lugar del “llanero solitario” contra los “grandes intereses” –aún cuando muchas veces el propio Kirchner sea más poderosos que los poderosos que enfrenta− le permite acumular poder representativo de un electorado afecto a jugar el papel de víctima.
Lejos de haberse convertido en un chirolita de Duhalde, pero tampoco en un Chasman de otro. Sin practicar el arte de la estrategia militar, ni las argucias de un titiritero maquiavélico, la lógica que subyace en el liderazgo político de Kirchner –aun cuando efectivamente no lo sea en la realidad− es la de Harry Potter frente a Lord Voldemort. Un mucho menos inocente y más oscuro Potter, obviamente, pero con algunos artilugios de magia política que impiden darlo por muerto, aun con todos los pronósticos y las apuestas en su contra.
Tiempo Argentino, 18 de julio.
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Excelente análisis, Hernán. Muy esclarecedor, pero al mismo tiempo, deja algunas incertidumbres respecto de los "cómos" si bien no de los "por qués" (respecto de cómo Kirchner construye poder). ¿Será por eso de que "la información es poder", que muchos vamos a quedarnos con las ganas de saber?
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