Hernán Brienza
Hay un micro relato que cuenta Albert Camus de un loco que está pescando en una bañera y el psiquiatra le pregunta: ¿Y, hay pique? El internado lo mira y riguroso le contesta: “Claro que no, imbécil, ¿no ve que es una bañera?” Es casi una parábola, una broma, pero es interesante analizarlo minuciosamente porque puede decirnos mucho de lo que ocurre en el periodismo argentino y en muchos personajes del affaire Eduardo Sadous, el ex embajador en Venezuela protagonista de la novela criolla “Nuestro hombre en Caracas”. Es decir, durante varios días diputados, ex embajadores, periodistas, editores, comunicadores sociales, vivieron pescando en la bañera con cara de compenetrados en el papel que estaban llevando adelante. Pero cuando se develó el secreto con la publicación de la versión taquigráfica de lo que realmente había dicho Sadous en la comisión legislativa, automáticamente todos dieron vuelta los rostros sorprendidos y respondieron: “¿Pero no ve que es una bañera?”.
Después de haber filtrado el contenido del documento a los principales medios como Clarín y La Nación; luego de haber -por lo menos- forzado maliciosamente el testimonio del ex embajador para “apuntar” al ex presidente Néstor Kircher y al ministro de Planificación Julio de Vido e involucrarlos en un supuesto escándalo de corrupción –causa que hay que seguir investigando con honestidad y rigurosidad, por supuesto-, affaire que Tiempo Argentino demostró que no había datos concretos que permitieran realizar esa afirmación; y luego de ampararse en un silencio que ampliaba ese desasosiego político en el que el gobierno parecía estar entre las cuerdas; los diputados de la oposición se horrorizaron porque la publicación del documento era una maniobra del oficialismo para amedrentar testigos, los “generales” del diario hegemónico Clarín salieron a proclamar su “compromiso y profesionalidad” y el presidente de la Comisión, Alfredo Atanasof se rasgó las vestiduras porque se cometió el delito de develar un secreto público, y hasta el presidente de la Cámara el oficialista Eduardo Fellner abrió un sumario administrativo. Es decir, todos se hicieron los “rescatados” y acusaron al psiquiatra –en este caso Tiempo Argentino- de desubicado.
Las idas y vueltas de la implementación de la ley de Medios Audiovisuales, el cierre de diarios con total impunidad por parte de empresarios como Antonio Mata, la horrorosa estrategia de los abogados de Ernestina Herrera de Noble por el supuesto delito de apropiación de menores durante la última dictadura militar –que la dueña de un medio de comunicación hegemónico intente todo tipo de estratagemas para ocultar su propia verdad es muy significativo-, las constantes operaciones periodísticas en las que se cruza ya no el límite de la interpretación o de la opinión si no que se quiebra el pacto con el lector forzando títulos hasta el ridículo, nos obligan a replantearnos a los periodistas nuestro rol en una sociedad que aspira a democratizarse cada ves más en el aspecto económico, político, cultural y social.
Hace poco menos de un año publiqué en un diario que ya no existe y espero que vuelva a existir una contratapa en la cual hablaba de lo que podrían llamarse las Veinte Verdades Periodísticas. En aquella oportunidad escribí: “Hace exactamente 18 años que hago este trabajo y en estos años he visto la cara horrenda del periodismo: que la mayoría de las notas publicadas son publicidad u operaciones de prensa, que hay periodistas que cobran por las notas, que los medios son, en su mayoría, manejados por empresarios a quienes les importa menos el periodismo que sus propios negocios, que muchas veces somos ingenuos frente a la rapacidad de políticos y empresarios, que debemos escribir lo que la “línea editorial” nos “sugiere”, que en la mejor de las veces defendemos con honestidad nuestra propia ideología y en la peor nos escondemos hipócritamente en la palabra “profesionalismo”, que a veces nos equivocamos por “boludos”, que otras veces miramos mal, que la verdad no existe y quienes pretenden arrogársela son más peligrosos aun que los que dudan, que hemos construido un cinismo galopante y destructor que casi siempre se trasluce en un inconformismo histérico, que nos gusta jugar a los fiscales pero no nos gusta que nadie nos fiscalice, que hemos abusado de la denuncia y de la patotería, que los medios reproducen un discurso racista y, sobre todo, discriminador hacia los sectores de menores recursos, que vivimos anunciando el Apocalipsis, que nos metemos en la vida privada de la gente, en su cama, en sus narices, en sus placares, que hemos convertido en gurúes a economistas que han destruido las finanzas del país, que nos hemos “chabacanizado”, que cada vez leemos menos y somos más incultos, que por abrazarnos a un jugador de fútbol damos un párrafo entero, que por un libro importado de más de mil páginas trocamos buenas críticas, que por un buen entrevistado limamos nuestras preguntas, que hay pocas cosas menos éticas que una charla en off con una fuente, que si las reuniones de editores fueran grabadas o filmadas habría tres presos más por día –es ironía, claro–, etcétera, etcétera…”
Al día siguiente tuve que enfrentarme a un grupo de editores y periodistas que exigían una retractación pública de lo que había escrito. Les contesté que no pensaba retractarme y que para mí era un honor que un diario publicara lo que había escrito con tanta crudeza. Que utilizaba la primera persona del plural por una cuestión de elegancia estilística y honestidad intelectual porque no quería ponerme en el lugar del profeta que señala a los demás y no se hace cargo de sus errores. No lo entendieron. Hoy vuelvo a publicar este párrafo porque me enorgullece poder escribir con tanta crudeza en un diario en muchos aspectos diferentes al que trabajaba hace unos meses. Pero porque creo fundamentalmente que los periodistas nos tenemos que mirar a la cara y hacer un profundo debate sobre lo que estamos haciendo.
Pero la discusión debe ir mucho más allá de la polémica penal tributaria sobre cuánto cobra Ernesto Ténembaum para TN, cuánto Orlando Barone o, por ejemplo, con cuántas medialunas de más desayuna el que escribe estas líneas. Lo que hay que debatir es qué tipo o tipos de periodismo sirven para democratizar y pluralizar a la sociedad argentina: ¿Vamos a elegir el periodismo de anunciantes, el de las empresas a las que les interesa quedarse con el país, el de la pauta oficial? ¿el de las convicciones más allá de quién solvente el medio al cual pertenecemos? ¿el oficio con compromiso ideológico, el siempre vidrioso “profesional”, el hipócrita “independiente”? ¿Con quién nos comprometemos cuando decimos que nos comprometemos? ¿con qué verdades? ¿La de los grupos concentrados? ¿la del Estado? ¿el gobierno? ¿Cuánto influyen los anunciantes privados en el mercadeo de la noticia?
Luego de la dictadura militar –de la que los medios hegemónicos fueron partícipes necesarios- el paradigma profesional se había anclado en esa visión liberal de que el periodista debía separarse del Estado e incluso ser aséptico respecto de los intereses políticos. Se entendía, entre otras cosas, porque el Estado había sido brutal con la parte no cómplice de la sociedad civil. El maridaje que en los noventa se produjo entre política y empresarios reforzó esa necesidad de “independencia” respecto de esa entente entre negocios públicos y privados, la “economización” y farandulización de la escena pública continuó con el proceso de despolitización del periodismo nacional.
La llegada del siglo XXI se caracterizó por el abordaje de la política en la escena nacional. Es una buena noticia, claro, pero también es un elemento que complejiza algunas cuestiones: ¿Se puede conservar el viejo paradigma para un país que se piensa así mismo con parámetros nuvos? ¿Se puede/debe mantener un periodista impávido ante la discusión entre un modelo concentrador y excluyente y otro que tracciona hacia la democratización y la redistribución de la riqueza? Y por ultimo ¿mantenerse “independientes” de las propias convicciones ideológicas ante un mapa de intereses económicos cruzados no es como pescar con cara de distraídos en la bañera?
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gran nota Hernán, impulsando un debate que el periodismo se debe.
ResponderEliminarSantiago Diehl