sábado, 5 de junio de 2010

Santa Maradona I

Hernán Brienza - Publicada en Crítica 3 de noviembre de 2008.


Soy hincha de River Plate. Fanático. Enfermizo. Mis compañeros del diario pueden dar fe de ello. Pero hoy quiero tener un gesto homérico y celebrar al héroe enemigo, al Héctor de la pelota sin mancha, a Diego Maradona, al nuevo técnico de la Selección argentina de fútbol. Es posible que, como dicen los malagoreros, el equipo celeste y blanco no llegue ni siquiera a clasificarse para el Mundial 2010 y nos quedemos afuera de la Copa –la lógica racional de la economía sugiere lo contrario, que será imposible un Mundial sin la atracción Maradona–; también es posible que –como el ochenta por ciento de los argentinos opina– la llegada “del Diego” a la Selección embarre la cancha y convierta al equipo en ese “cabaret” al que son tan afectos los jugadores de Boca. Pero quiero abrir una esperanza.

Ya sé, ya vendrán los neoinstitucionalistas a refregarme su canto de que “este país no tiene sentido, está perdido”, que “ni en el fútbol podemos respetar las vías institucionales de sufragio de un director técnico”, que “allí están instalados la demagogia y el populismo tan característicos de este país”, como dicen en alusión a las caídas, los fracasos, los caprichos, la falta de experiencia como entrenador de Maradona.

Ayer, recorrí el diario haciendo una encuesta entre los periodistas y apenas una dotación similar a la de los sobrevivientes de Lost apoyaba la causa maradoniana. Reconocíamos la racionalidad del planteo de los neoinstitucionalistas nacidos entre gallos y medianoches, sospechábamos con tibio rubor que podía ser que estuviéramos equivocados por creer.

Después de todo, para mí, por ejemplo, Maradona no es otra cosa que el recuerdo de un domingo soleado de junio en que mi abuela un tiempito antes de morir dijo bajito entre los gritos y los abrazos de toda mi familia y amigos: “¿Parece que ese chico hizo un gol lindo, no, nene?” y la apretujé toda antes de que profetizara con ternura: “Con este chico tenemos que salir campeones ¿no, nene?”. Para mí, que después de todo, Maradona es el recuerdo de “aquella negra noche” del fútbol argentino –blasfemo a Jorge Luis Borges y su sargento Cruz de Nuestro pobre individualismo– en que lo vimos salir boleado de un departamento de Caballito. O esa construcción teórico conceptual de Osvaldo Soriano que alguna vez dijo que “es la patria en pantalones cortos, botines y camiseta” (admito que no sé si lo dijo así, pero me gusta recordarla así). Y esa tristeza profunda de haberlo visto con las piernas cortadas llorando pero sin pedir limosna.

Es cierto, también lo he visto siendo peronista, menemista, castrista, enemigo de Julio Grondona, amigo de Julio Grondona, pero siempre apasionado, corajudo, sin pelos en la lengua. Demasiado irreverente para un país de gente poco acostumbrada a hacerse cargo de las cosas. Demasiado cínico para un país de hipócritas. Demasiado sobresaliente para un país de vanidosos y mediocres. Y demasiado díscolo. Bocón, en un país de silenciosos gritones, drogón, en un país de represores, gordo, en un tiempo de “secas, austeras soviéticas, muchachitas fatales”. Indócil, en una sociedad que aplaude rabiosa cuando se derrumban sus ídolos, porque no soporta que el talentoso le tire en la cara su propia mediocridad.

Claro, es cierto, hoy el fútbol es táctica, estrategia, sacrificio, trabajo, práctica, disciplina. Para Maradona, y para el que escribe estas líneas, jugar a la pelota es hacer literatura. Es una combinación de tácticas, amagues, sueños y quimeras. Un quijotismo, un bovarismo. Es construir un relato que no puede guionarse ni ficcionalizarse (por esa razón, los relatos futbolísticos muy pocas veces son efectivos, Martín Caparrós dixit) en el que se filtra algo de esa magia que viene de épocas en que el mundo era menos desencantado –la cita obligada es de Max Weber– y mecánico. Me dirán que, además de demagogo, ahora devine oscurantista. Pero el fútbol es un juego no un trabajo. Es un arquetipo de la guerra y no la guerra. Es un espejismo de la gloria y no la gloria.

Imagínense esta escena: Sergio Batista levanta la Copa en 2010. Está bien. Argentina Campeón, salimos todos al Obelisco a festejar. Imagínense esta otra: el que levanta la copa es Maradona. Es el rescate del héroe en el imaginario popular. El que estuvo allí, el que cayó y volvió a subir. Es Perceval que vuelve con el Santo Grial en la mano. Es uno de los nuestros que pudo volver a zafar. El que se fue de la barra de la esquina y pudo triunfar. Eso es magia. Y veneno.

1 comentario:

  1. gracias.. gracxias a Marado y a vos por escribir esto ... me da mas gans de ser.. y seguir... Goooool!!! a toods el futuro es nuestro.

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