domingo, 30 de mayo de 2010

La derecha colonizada - Editorial del Domingo 30 de mayo en Tiempo Argentino.

Hernán Brienza
Javier León, politólogo y amigo, escribió en Facebook esta semana con un dejo de ironía: “El lunes se festejaron el Primer Centenario y el Bicentenario al mismo tiempo. Los separaban las vallas, una par de camiones hidrantes, doscientos metros y dos millones de personas”. La frase, divertida, ingeniosa, despierta una sonrisa pero también convoca a la síntesis, al poder de la imagen. Porque la celebración de la reapertura del Teatro Colón –una joya que los argentinos debemos cuidar porque es un ámbito de excelencia artística internacional- ofreció una colección de postales que habría que desmenuzar para pensar, reflexionar y analizar con cuidado. Pero si hay un primer sabor que asoma a la boca cuando se observan esas escenas es el gusto a moho, a pan viejo, a cenizas en la boca. Porque resulta curioso que la “derecha” que se presentó en el 2007 como “lo nuevo” y lo “transformador” no haya podido ofrecer a los argentinos más que destellos de un pasado con fecha de vencimiento: Fernando de la Rúa, el vicepresidente Julio Cobos, Mauricio Macri, Ricardo Fort, Susana Giménez, Mirtha Legrand y Valeria Mazza se amalgamaban en un pastiche –palabra usada como un talismán por Orlando Barone- que recordaba a los años noventa.
Desde la caída del muro de Berlín a esta parte, los intelectuales que representan los acumuladores de riqueza –parafraseando a Alejandro Kaufman- del mundo han logrado convencer a los pensadores de izquierda que debían aggiornar su teoría y praxis a los nuevos tiempos. Desde Eric Hobsbaum, a Toni Negri, del subcomandante Marcos a Evo Morales, desde el democratismo al neokeynesianismo, los sectores progresistas, nacionales, populares han logrado reconvertirse. Y paradójicamente, lo que se conoce como la “derecha” neoliberal ha quedado apresado en su propia supuesta victoria.
En el plano local ha sucedido lo mismo. El encierro en el Colón es una buena metáfora de esa situación: Hoy la derecha posicional (no la ideológica, si no la que ocupa el espacio conservador en el sistema político argentino) parece tener poco que aportar: su discurso utiliza argumentos de centro izquierda como la pobreza (vía excusa de la inflación) y la distribución de la riqueza, no sabe cómo enfrentar el tema del aborto y el matrimonio gay sin defraudar a su propia clientela, no tiene como caballitos de batalla el déficit fiscal ni el gasto público –entre otras cosas porque la Argentina crece a ritmo sostenido desde 2003 y con un superávit continuado nunca antes registrado en su historia-, y los discursos del ajuste permanente se han convertido en anodinos para la mayoría de los argentinos. Sólo le queda como único recurso apelar al siempre efectivo reclamo de seguridad, que sirve al mismo tiempo como refuerzo puertas adentro de los sectores tradicionalmente ligados al discurso del orden como las policías y las fuerzas represivas y como discurso catalizador de desprecio y disciplinamiento a los sectores populares. Lo peor es que la derecha parece haberse quedado sin un conjunto de valores y principios para seducir al electorado. Sus palabras suenan avejentadas.
Pero hay más, en su proceso de “modernización” la derecha argentina tiene todavía una deuda pendiente. En una conferencia en la ciudad Konex en la que compartimos mesa, Kaufman analizó con lucidez la encrucijada. El intelectual le reclamó a esos sectores que hagan público su compromiso con los Derechos Humanos y exigió que si se hace efectiva esa declaración, entonces, deberían renunciar a nombrar funcionarios como, por ejemplo, Abel Posse. O –esto corre por cuenta del autor de esta nota- dejar de aplaudir las acrobacias discursivas de Eduardo Duhalde respecto de la última dictadura militar. Podrían daclarar, además, si de una vez por todas esos sectores van a renunciar a su costumbre de quebrar el juego institucional –como en los golpes de Estado del siglo XX- y desestabilizar gobiernos cuando le es imposible recuperar el poder por vías democráticas.
A los problemas generales de la derecha, se le suman las cuestiones coyunturales como la falta de liderazgo. Mientras que un hábil tiempista mediático como Francisco de Narváez aún no puede resolver la situación de habilitación para ser candidato presidencial, la promesa blanca de la derecha vernácula, el actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se empantana entre los pocos resultados de su inocua gestión –casi nulos en política educacional, en seguridad, en transportes, en cultura y en obras públicas- su procesamiento judicial por el escándalo de las escuchas telefónicas y porque su imagen no despega cuantitativamente en las encuestas en vista al 2011 ni cualitativamente en la percepción de muchos argentinos que perdonan cualquier cosa en un político menos la actitud de “niñato rico que hace puchero porque le roban la pelota y no lo dejan jugar”. Por otro lado, Cobos empieza a pagar su indefinición política y nunca termina de clarificar en qué sector del espectro se ubica porque aún no explicitó más que un tibio llamado a construir un consenso vacuo mientras se dedica a plantar la semilla de la discordia en el gobierno al cual ni pertenece ni deja de pertenecer.
Sin candidato indiscutible, sin un discurso renovador y sorprendente, sin un político capaz de demostrar una gestión eficiente y efectiva, al menos, confundida, obligada a esconder, edulcorar o matizar sus propias ideas, la “derecha” se encuentra encerrada en su propio laberinto, un laberinto que puede ser lujoso como el Colón pero del cual no parece poder encontrar la puerta de salida. Esto podría resultar una nueva oportunidad para los sectores progresistas, es cierto, pero si uno rememora ciertas tradiciones de los acumuladores de riqueza en la Argentina, tal vez comprenda, que no se trata exactamente de una buena nueva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario